Portentoso amén

Un columpio se erige en lo alto de la loma,
al lado de un árbol añejo,
es el escenario fortuito de un sueño,
la unión de elementos temporales concatenados,
que fluyen dejando en la piel, en los ojos...
En cada latido,
un rastro de sutil belleza.
Son las marcas de la consideración
que la realidad nos ofrece,
son las palabras que se funden en un nutritivo elíxir de existencia

son los gestos, el cerrar y el abrir de la mirada,
el brillo travieso
que refleja el color de las flores que crecen en ese mundo,
ornamentándolo,
convirtiéndolo en un paraíso de escalas pequeñas;
el viento acaricia las superficies,
mueve graciosamente las hojas,
se adhiere a la naturaleza sencilla de la madera,
juega con los objetos,
los hace vibrar, existir, expresarse.
Es allí, en esos trayectos temporales,
en la magia de lo consciente,
en la versátil función de lo presente,
que conocí la sustancia purísima y central de este plano,
la percibí emanando sutiles rayos febriles,
hacía que la vida fuera más sencilla,
en el contraste,
en el parangón entre superficie y esencia.
Y toda esa fuerza encerrada en los labios,
en la piel, en la voz
y en la firmeza de su consecuencia,
un prodigio no registrado...

Sus manos envuelven la fortaleza de un pétalo de luz,
soy la gracia y el reflejo de sus espectros,
vivo sintiendo el céfiro cálido de su voz,
y el juego de prevalecer se torna aun más profuso,
enorme, aquilatado por la mecánica del tiempo.
Embellece incluso a la misma sombra...

Al mismo contexto forjado para destacar
aun más en medio del universo.

En medio de todo lo que puede ser creado.
Editado, imaginado...

Una flor nueva luce en lo alto del árbol...

Miro la cura exacta para la herida de la historia,
y tiene un color precioso como suspiro supraterrenal...

Eres tú...