Plegaria a Fátima
Cuán fuerte pega el cuerpo contra el piso
cada mañana que de mí desistes:
Cuando sin querer traes al mundo
nuevas llagas,
a mi (ya sobrante) alma.
Culpables no fueron la impertinencia ni la vorágine del destino hierro
sino: de un pirata nauseo, la pólvora humedecida.
Aquél intento fallido que no cuenta ni participa,
la caricia tierna perdida durante el camino,
¡Marchita sea la flor no nacida!
escondida aún en mi bolsillo, refugiada y temerosa.
Penuria miserable que reprime,
como óxido y grillete, como anzuelo y anclaje.
Cala en la oscuridad más profunda y luce en la superficie más pasajera.
(Al unísono, vuestros labios esquivos
y vuestras palabras firmes
desbordaron el volumen de mi corazón enmudecido.)
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