Qué bien se sentiría
Qué bien se sentiría desaparecer, tan solo dejar de existir. Sería como dormir indefinidamente, que todo llegue a su fin, como un río en un desierto; un suceso que con su monotonía, altere la propia del día cotidiano, rompiendo con estándares de o ordinario, volviéndolo extraordinario. Qué bien se sentiría dejar de sentir, quizás solo por un tiempo, el necesario para curar, lo que el día a día se encargó de destruir. Situaciones que tal vez debieron suceder de la manera exacta en que lo hicieron, quizá para formarnos como personas, para convertirnos en lo que hemos llegado a ser; o tan solo decisiones que tomamos, sabiendo lo que estas conllevaban, como los efectos secundarios de un remedio, pero solo que este hace más daño del que repara; decisones tomadas por el azar, esas decisiones propias del momento, que podían haber sido evitadas si un suceso de mayor importancia se estuviese llevando a cabo simultáneamente. Qué bien se sentiría no sobrepensar las acciones que ya fueron realizadas, las cuales no existe posibilidad remota de enmendar; aquellas decisiones que fueron tomadas en momentos de nuestras vidas en los cuales no compartíamos pensamientos actuales, decisiones de las cuales nos arrepentimos completamente, quizá porque no éramos suficientemente maduros como para darnos cuenta de lo mal que nos harían en un futuro, ya que veíamos el mundo de distinta manera, apelando a la bondad indiscriminante de los demás, la cual solo era real en nuestras cabezas. Qué bien se sentiría ya no estar, o quizás nunca haber estado, o tan solo haber evitado pasar por esos momentos que, si bien nos hicieron más fuertes, en el proceso, nos rompieron.
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