Pulcritud
Recibirás mis manos, como un peso leve,
como uina hoja que cae del olmo
partiendo el charco en mil pedazos
sorberás mis labios hechos
de vainilla y limón.
Cuando reniegues de algo,
acuérdate de mí, entrada en años,
ordenándolos como si el tiempo
careciera de substancia,
sermones malamente compuestos,
como si todo lo vivido
se invalidara,
no tuviera refugio
no quedará.
He de criar cuervos para que me despierten
al media día, para que me avisen
de la llegada del cartero, o de
la noche que a trompicones
cuando habla de la ceguera
se achica.
Estamos todas en un lugar común,
el metro de la Puerta del Angel,La Casa de
Campo, en el tren a Lagos, en el patio de la escuela
en una cama deshecha, en un bosque,
en el bar de la esquina
en la casa de Isabel, en el hospital,
en el trabajo prescrito,
en el concierto de jazz,
al lado de una playa, en un banco vacío.
Y vamos desapareciendo, mientras
esos lugares se resisten a cambiar,
a viajar más lentamente,
refuerzan las vías del tren,
con caracoles y hormigas,
los hospitales se reforman con
soldados, policías.
En la cama solo duerme
el ruiseñor, y la mosca de racimo.
Si se vertiera el mar sobre la playa
y se le antojara no volver,
mas que andar calladitoa entre esquina y albadas.
Seríamos todos orilla, marea tibia, salmón de río
y así, aunque no te haya visto,
el olor de tu pecho, la arcilla entre tus dedos,
la ira de tus pasos, tu tarareo son vestigio.
En la pulcritud de nuestro ser no hay
lugar alguno.
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