Palimpsesto.

Tenía ella corazón de firmamento,
de cielo veraniego,
tan limpio de nubes oscuras,
tan lleno de estrellas de sueños.
Su vida era despejada,
como una hoja en blanco,
que argumentaría Hume
que esperaba por ser colmada.
E
tintero en mi corazón.
Su bóveda se llenó
de letras de amor flamantes.
Pero cierto dios le engañó,
creyendo que me perdía,
que su sol moría,
guillotinado en el horizonte.
Enterró ella sus tablas sagradas
esperando por un arqueólogo
que con su pequeña lumbrera
le disipara la tiniebla.
Y el hallazgo se dio.
Ella accedió.
Entregó nuestros papiros
de deliciosa literatura.
Éste hombre, ajeno a mí
no entendió los textos originales.
No quiso no borrarlos.
No quiso no reescribirlos.
Y nuestro panegírico devino
en triste palimpsesto.
Quien no conoce el amor,
no mirará el engaño.

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