Nada.
NADA.
¡Nada, absolutamente nada..!
Cuando mi vida termine, y mi luz
se apague como el sol lo hace entre el cielo
y la montaña, y me entierren bajo los
cipreses, que se elevan como cirios,
velando el sueño perpetuo de las
almas y hundiendo sus raíces hasta los
donde reina el imperio del silencio
y de la calma…, nada de mi cuerpo
quedará: ni mi piel, ni mi carne, ni
mis huesos, ni la llama de mi amor,
ni la sangre que nutre mis entrañas…
Mi mirada será una sombra, una
aurora oscurecida, el ocaso de
mis iris, un fuego inexistente,
un destello que muere crepitando
entre la córnea de mis ojos y
las luces extinguidas de mi mente.
Nada..., al final nada quedará.
¡absolutamente nada¡
Ni mis
piernas que anduvieron por el mundo, ni
mis brazos que tanto soportaron, ni
mi corazón que tanto te quiso, ni
mis ojos..., ni mis labios, ni mis manos:
al final, todo morirá, todo se
volverá desolación y olvido…
como el polvo que se lleva el viento, como
el barro sobre un lecho pedregoso,
como la ambición del hombre después
de haber vivido…..
Por eso hoy, me agarro al carro de la
vida, llorando como un niño en
el vientre de su madre…, buscando un
atisbo de esperanza, una estrella que
me alumbre, unos brazos que me guarden…,
un lugar donde la muerte sea luz,
y el amor, el lecho que recoja mis
cenizas, hasta que el Padre, un día, a
su diestra me reclame-
Autor: Francisco López Delgado.
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