A mi perro Pongolino que no es mio

Pongolino , el cantante,
el saltarín se ha hecho viejo,
una barba blanca,
unos ojos turbados por pupilas
azules le hacen desaparecer,
ya que la realidad no cambia
con frecuencia,
y sus patas son débiles
como ramas de un árbol
que han trotado por el mundo,

sus orejas se han vuelto
ciegas al movimiento
de la voz, los silbidos,
los roces, las cerraduras
y duerme a solas como un
hongo en otoño.
Su fragilidad me conmueve
y me hace fértil como un
manantial de agua,
me tiendo a su lado
para que no se
sepa solo,
que la brisa
de mi aliento también
es su aliento.
Pongolino teme a las escaleras
que bajan,sus artes de diablo
le dejan subirlas,
su alegria es contagiosa, me dice
que es muy poco lo que no
derrama felicidad,
y yo le tiento, le acaricio
le hago aspavientos.
Pongolino llega hasta
los tempestuosos vientos y los huele,
cuando se para en seco,
se le ve sumido en una meditación
profunda, en un vacío entero,
nada más que el tacto
le regresa a sus pasos,
a sus pobres articulaciones,
y duerme para allanar la vida,
serenar las paredes,
y que los lobos no aúllen.
Y si se queda solo
mi corazón se parte,
Aun así no se doblega,
nos dice que su paciencia tiene
límites, y que no va a dejarse
zarandear como una torpe y
vacía hoja en un otoño cualquiera.
Huele el calor, la llama
los cantos de la alimaña,
rastros sin huellas,
mis querellas.