Mi amigo Fede.

2017 Mayo 21
Poema Escrito por
Franlodel

Mi amigo Fede.
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De mi libro autobiográfico
“La otra cara de Jano”

Mi amigo Fede era un tipo alto, de complexión recia y delgada, con el pelo rubio y la piel muy blanca, gafas de metal redondas y doradas y aspecto de estudiante muy listo y empollón… que cuando sonreía -que era casi siempre- torcía ligeramente la boca, mostrando un diente muy blanco y grande y el reborde colorado de su labio superior. Vivía en una inmensa casa con sus padres y una hermana mayor, que no sabíamos cómo era porque nunca salía a la calle, como si tuviese miedo de que la viesen, o de que le tocase la luz del sol, dando pie a toda clase de historias y rumores llenos de una enorme mala leche y una perversa intención. Su padre, era una persona altamente afable, muy recta y comedida en sus modales, que ejercía como secretario del ayuntamiento, o registrador de la propiedad… aunque por mis dudas, no debéis hacerme caso, ya que mi memoria me falla con frecuencia y no estoy muy seguro de deciros la verdad.

Aquella tarde -como otras tantas-, habíamos quedado en vernos en el billar… un local ennegrecido por el paso de los años, situado en un antiguo edificio de la calle de la Feria, en la planta superior de un enorme bar, donde el Fede solía ir a echar algunas partidas con varios aficionados, menos conmigo, que no tenía ni remota idea de jugar, limitándome tan sólo a correr las fichas de las carambolas y a mirar ensimismado cómo controlaba la jugada del contrario, mientras sujetaba el taco con su mano izquierda y le untaba, dándole vueltas, tiza en la punta sin parar… y cómo -cuando le tocaba-, se quedaba quieto -mirando la postura como un auténtico felino-, daba varios pasos para atrás, resoplaba, inspiraba, se acercaba lentamente a la mesa, se inclinaba, apoyando el codo de su brazo izquierdo en la banda, ponía el taco lentamente entre sus dedos, y haciendo oscilaciones -como si tocase el violín-, apuntaba cerrando un ojo, mientras le decía a su contrincante: “Esta te la voy a hacer por dentro y a tres bandas…, ¡presta atención!..” Impelía, impactaba, y… ¡Paf, paf, paf… “¿Qué?... ¿Cómo se te ha quedado el cuerpo, chaval?”-—apostillaba con chulería y lleno de satisfacción.

— ¡Hay que ver qué suerte tienes canalla!— Le contestaba desairado el adversario, mientras que él sonreía y le volvía a dar tiza a su taco una y otra vez.

Como la partida solía durar un buen rato, me salía mientras tanto al balcón, para despejarme mirando a los vencejos volar a ras del suelo, y a la gente que hablaba sentada en la terraza de los bares, prestando atención por si veía pasar a alguna de nuestras amigas… De vez en cuando miraba el cielo y me quedaba extasiado contemplando su color azul y a alguna nubecilla solitaria que flotaba sobre el tejado de las casas… Mi espíritu se elevaba y mi corazón se henchía lleno de esperanza y amor. El aire de la tarde olía a jazmín. Un susurro placentero llegaba hasta el balcón interrumpido por el estallido de las bolas al chocar entre sí.

Hasta que al terminar nos íbamos al Jardincito de la iglesia que era el lugar de reunión habitual….

— No veo a nadie — le decía al Fede, sentado en la baranda, mientras rompía en cachos la hoja verde de uno de los setos.
— ¡Mira Fede ahí viene el Candelillas!..
— ¿Hola qué pasa muchachos…? ¡Joder Maiquel, qué pedazo traje llevas y que de buten te queda!— exclamaba inspeccionándome de arriba abajo y de abajo arriba con cierta envidia o vete usted a saber.
— ¡Coño, cómo quieres que no me quede bien si me lo habéis hecho tu tío y tú, so gilipollas! — le contestaba cabreado y sorprendido.

Os explicaré lo del traje, porque esto tiene su historia y un poquito de guasa.

Veréis:

Resulta, que un día que mi madre estaba contenta, por motivos que no se saben, le compro, -para hacerle un favor- a un bisoño vendedor, que pasó por su escuela vendiendo telas de Béjar, unos estupendos cortes de alpaca de color azul celeste, muy frescos y suaves… que se los llevó de inmediato al tío del Candelillas, que era un sastre de los de antes, para que nos hiciese a mi hermano Juan y a mí unos trajes de verano, ya que no teníamos ropa para las ferias del pueblo y mi madre quería que fuésemos muy elegantes. Como comprenderéis, con aquel cuerpo tan perfecto que Dios me dio -modestia aparte-, más mi camisa blanca e impoluta, y mi pantalón planchado con las rayas impecables, iba causando al andar una enorme expectación, al ir vestido y compuesto como un pincel, o un verdadero dandi.… Aunque el problema estaba, en que, al ir los dos iguales, -para evitar las risas de los amigos-, tenía que intentar a toda costa no cruzarme con mi hermano por la calle… De tal forma, que al verle venir a lo lejos, me tenía que escabullir cuanto antes, ocultándome detrás de las esquinas, o metiéndome en los portales.

¡Hay que ver qué vergonzoso era durante aquellos años de mi inolvidable juventud!

Autor. Francisco López Delgado.
Todos los derechos reservados.

2017 Mayo 21

Franlodel
Desde 2016 Jun 01

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