A la vida
He caído desmayada sobre una irrigación temprana de muchas de las facultades físicas.
Mi indeleble sangre es traspasada por la hemoglobina del estrógeno y guardada en una cascara de fosforo azul.
Adonde sea que haya puesto mis visiones en cada uno de los astros me ha dado por vencida y he recaído en la mediocridad.
Es la moribunda testarudez de un mundo perfecto que se alborota y se ensimisma como una calesita bellísima con jinetes iluminados por alforjas místicas, radicaciones de gametos con algebra y matemática por donde quiera.
Mis parpados risueños hablan con las voces ultramarinas de los faros muertos y los animales insoportables tan dramáticos en sus funciones de vueltas inocentes.
Soy la hoja blanca y taciturna como si fuera tajada a la mitad y en ella pusieran un niño desnudo para que yo lo meciera.
De nuestras canciones deberá nacer la verdadera impronta de las limitaciones y los escándalos.
El poeta que se veía invencible tendrá en su alma la partitura correcta y el cardenal podrá obrar con teatros femeninos en cada uno del ramo de flores que me silencia en mis lágrimas.
Buenos aires ha servido para ufanar las tierras negras y encontrar el pasadizo correcto de Alicia y sus bufones.
Mi vida se ha desangrado para llenar la vasija prepotente de otros espejos malditos que han olvido como comprender la juventud y su ancianidad.
Amo la ternura. Se reconocer los secretos embalsamados. Me juzgaran podrida y vital. Seré loca y simpática. Estaré en las manos de los enfermos y en las entregas propias de mis ancestros y les rendiré tributo por siempre.
Silvestre no temerá a morir: la enfermedad que me curda cada uno de mis hilos vesicales me ha ofrendado en el más allá tan rica en meditaciones y en ella he recitado la orquesta real de todas las pasiones.
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