AQUELLA TARDE.

Traté de conservarte. De conservarnos.
De buscar la caricia en la herida
para ya no sentirnos tan solos.

Traté de escribirle al invierno
tras una cascada de llanto.
Que no te fueras,
que aun no era tiempo.

Me salieron cien dragones en el vientre

y la ciudad se hizo ruinas en un parpadeo del destino.
Ya nada fue como antes.
Nunca es como antes.

Vendrán veranos largos
y otro amanecer cansado de contar estrellas
sin tu latido al lado.

La noche me queda grande
y me trae recuerdos.

Ayer por ejemplo.
Me pregunté si aún me seguirás odiando
y caí en la cuenta que para hacerlo,
primero tendrías que acordarte de mí.

Y aunque te di vida y media,
aunque hayamos pasado veranos encerrados
en nuestras bocas.

Aquella tarde.
Cuando reventó el cielo,
y a los gatos se les acabaron las siete vidas.

Aquella tarde.
Cuando nos despedimos.
Me fui creyendo que mi mayor castigo sería
morirme sin ti.
Me equivoqué.

Mi mayor castigo es
y será por mucho.
Seguir viviendo sin ti.