La Posada De La Nube Blanca

Ansío esa parte del verano en la cual se apagan las farolas
y sentado al borde de mi mismo y con los pies colgando
esperar a que la fragancia fresca de la hierbabuena
aleteando en torno a las últimas pinceladas de claridad
envuelvan mi cuerpo con el bálsamo de la cálida noche estival,
la luz, su luz, esa luz de salto de agua entre las piedras
que desde lo eterno llega de camino al infinito
bajando corriente abajo
regando los tiernos brotes de colores en mis ojos,
me hacen sentir que dentro de mi

palpita la vida, una vida que no se cuenta con cifras,
que no se mide por distancias recorridas
ni con moneda alguna se puede comprar.

Manantiales de pastos donde pace la bondad
alimentan mi alma y mi cuerpo de sueños,
tengo la boca y desde arriba,
desde lo más alto de mi paladar,
suena el coro en la Posada de la Nube Blanca
dejando en prenda una lección de humildad
y todo lo necesario
para que no me falte ni me sobre nada al marchar,
pies ligeros, estrenando altura a cada paso,
soltando lastre y todo conocimiento
que no se pueda cargar a lomos de un sólo momento,
que para emprender el viaje al más allá
todo peso superfluo está de más.