LA CASA DEL OLVIDO

2016 Jun 15
Poema Escrito por
Mariposa en vuelo

LA CASA DEL OLVIDO

”En homenaje a quienes han partido antes que nosotros,

Y a las personas anónimas que en sus trabajos mínimos,

Dan más amor del que nadie podría imaginarse”

Cansada ya de tanto andar, me llamó la atención el nombre de la calle: “Viviendo

D

e Recuerdos”. Seguí hasta el final. Había una casa que ocupaba toda una

Manzana, con enormes paredes y alambres con púas. En la entrada había una

Inscripción: "BIENVENIDOS A LA CASA DEL OLVIDO".

No sé por qué, cómo ni cuándo llegué hasta ese lugar; en un momento apareció

una persona vestida de blanco, preguntó si venía por el trabajo. Toda confundida

asentí con mi cabeza. Me hizo entrar, caminamos por un pasillo hasta una oficina

donde se encontraba la Administradora, quien preguntó algunas cosas y me dió

el empleo, ¡gracias a Dios ya estaba trabajando! ¡Comenzaría el viernes! ¡Estaba

feliz!

Llegó el gran día, en aquella casa había un olor muy especial, era como sentir el

aroma que tiene el abandono, la soledad, el desamparo, la frialdad y tantas cosas

más que no puedo describir. Caminé por un pasillo largo donde había sillones a

ambos lados y en ellos sentados unos niños extraños, con ojos alargados; se

veían cansados, tristes, y vestían ropas viejas.

Me entregaron un uniforme y una coraza que debía ponérmela en el pecho;

todas las personas que trabajaban la traían puesta, lo encontraba absurdo, ¿quién

podría atacarme en aquel lugar donde sólo habían niños? La verdad, aquí, entre

nosotros, nunca me la puse.

Al paso de los días los fui conociendo a todos por sus nombres. Mi trabajo

consistía en lavar sus ropas; los menos eran auto Valente, otros postrados, con

distintas discapacidades. Me di cuenta lo importante que es ser agradecidos con

cuanto tenemos. Este trabajo es diferente a todo lo hecho en mis años de

servicio, y vaya que llevo camino recorrido conociendo distintos oficios. La gente

no cambia, siempre encuentro actitudes, cualidades, defectos, virtudes que se

repiten.

Por ahora les contaré de mis amigos, los niños: Comenzaré por Marta, una niña

muy caprichosa, por todo alegaba. Después que nos conocimos, andaba detrás de

mí; sus palabras aún las conservo en mi mente: —Mira como ando, no tengo

pañal, no tengo pañuelo, la Fresia tiene pañuelo, a ella le dan de todo, ¿tení un

pañal? ¡Oye! Pásame un pañal, tení colonia y crema, échame crema—. Le puse

una vez y ya cada día era igual, dame esto, dame aquello, nunca más me dejó

respirar, hasta ocupaba mi baño; un día... ¡Ni les cuento! Pasa que ella no

masticaba la comida, todo lo tragaba, como si el mundo se fuese a acabar; y por

más que tiraba la cadena no se iba, ¡huu! Estuve casi todo el día en función del

baño; después quiso ir y le dije: — ¡No por favor no! — y me decía —Si

hago sólo pipí—, ja, ja, ja. Nunca se cansaba de repetir las mismas

palabras, y cuando me pedía algo me hinchaba hasta que se lo daba. A mí

Marta, se la llevaron a otro lugar, la consideraron un peligro para las otras

niñas; la extrañé, y por un buen tiempo estuve con un dolor en el pecho.

Otro día fui a la pieza de Olga, estaba llorando, pues quería estar en su casa. Le

gustaban mucho los animales y la libertad, —me quiero matar— fueron sus

palabras en medio de sollozos — ¿Por qué? — le pregunté. —Porque aquí no

puedo hacer mi gusto, la Madre, (así llamaban a la señora de blanco que me

recibió cuando llegué) no me quiere porque no voy a su reunión donde repiten las

mismas palabras todos los días, me aburro de eso, ella no me soporta, yo

quiero ir a ver mi casa, cuidar pollitos, comer fruta; tengo muchos árboles, tiene

que ir a mi casa y comer frutita, le va a gustar.

Hizo que se me escaparan unas lágrimas. Le acaricié su cabello y se calmó un

poco.

“Vamos a dejar la puerta abierta para que, cuando pasemos, nos vea Jesús”, dijo

la Madre, cuando avanzábamos por el pasillo hacia la oficina de la

Administradora”, “pues, detrás de esa puerta, está la capilla”. Sonreí, ella es

italiana, me señaló un retrato que estaba en la pared. Muy orgullosa dice:

—Esta es mi fundadora.

La Madre, es una buena persona, se desvive por los niños, solo

que ya está un poco cansada, como ellos; tal vez le haría bien descansar, ha

trabajado tanto, ya tiene 72 años, es adulto mayor y no entiende, o no quiere

entender a "estos niños". A veces pienso que no quiere ser como ellos y, aunque

está cansada, no se detiene porque teme volver a ser niño.

El trabajo aquí ha sido duro es una carga muy pesada y no sólo física sino

emocional, pero se siente una satisfacción tan grande al ver sus rostros sonreír

cuando te entregas. El darse es entregar sin esperar nada a cambio, y qué mejor

dar a quien nunca te devolverá; porque ellos ya lo han dado todo, tienen sus

manos gastadas abiertas para recibir; porqué, entonces, por una vez en la vida,

no probamos el dar, sólo dar. Cuando paso por los pasillos y me encuentro con

algunos de ellos, los agarro a besos, los abrazo, los aprieto. En un principio me

miraban, ahora esperan mis caricias; parece que el cariño y el afecto es una

necesidad como el pan para un hambriento.

Hay veces que tengo un poco de tiempo y voy al comedor para ayudar en las

comidas. El desayuno consiste para algunos, los que no mastican, en leche con

pan picado. Lo llaman sopeado. Sé más de eso porque me gusta darles de comer,

además que son muy graciosos todos, menos José; él es un poco serio.

Estas chiquillas son tan lindas si las vieran como ríen, me contagian; una vez

llegué a llorar de tanto reír. Claro, también lloran, especialmente una, que me ha

robado el corazón. Se llama Adriana. Ella ríe y llora. Antes de irme, en las tardes,

voy a su cuarto para despedirme y le pongo cremita en su cara; me observa con

tanta ternura. Un día me dijo: —Gracias señorita que es linda usted—, y tomaba

mi rostro acariciándolo, como lo hacía yo con ella. Eso me mató, hizo que mis

ojos se pusieran vidriosos. Los llantos en las tardes de Adriana me hacían querer

saber más de ella, pero durante algunos meses no veía que alguien fuese a verla,

por eso pensaba que tal vez la habrían abandonado. Mientras mi amor por ella

seguía creciendo, jugábamos con gestos, abertura de ojos y muchas carcajadas;

cuando llegaba en las mañanas le abría mis brazos desde lejos, y, cuando me

veía, se iluminaban sus ojitos y me sonreía... ¡Éramos tan felices! Claro, a veces

olvidaba que habían muchos más ojos mirando, así que también tenía que

abrazar y besar a medio mundo, y eso me llevaba un buen tiempo, pero valía la

pena. Era algo que llenaba mi corazón, y mis niños se acostumbraron a que

hubiera una regalona.

Es un trabajo tan hermoso, triste a la vez; y aunque trato de hacerlo con todo mi

corazón, mi cuerpo no me acompaña mucho. Una hernia lumbar no me permite

hacer fuerza, y hay muchos de estos pequeños que me piden cosas, que los

lleve al baño o que los acueste; y, aunque no es mi trabajo, en más de alguna

ocasión lo he hecho, porque de veras que voluntad no me falta, sólo que después

no puedo ni moverme.

Todo esto es un mundo nuevo para mí, algo que no conocía, convivir con el dolor,

la angustia, con días que para algunos se hacen tan largos. Con el tiempo he

aprendido que se puede reír con ellos, que sólo les falta motivación, si, ya que a

muchos de ellos los han abandonado, por diferentes circunstancias; no podemos

juzgar cuando no sabemos.

Han pasado ya varios meses y he ido creciendo, llenando de experiencias mí

alma. Cada personaje tiene su historia que me provoca alguna emoción y a la vez

una enseñanza de vida.

Rebeca es hipocondríaca, siempre está enferma de algo. Una vez la llevaban al

médico y le decía a su auxiliar: —Déjame bien bonita por si sale algo—, y ella le

respondió: —Ja, si no tienes de adonde, eres puro pellejo—. Rebeca agregó: —

Eso crees tú, y en todo caso, si yo no tengo él tendrá de donde pueda agarrarme.

Una vez que estaba acariciando a mi Adriana, y Rebeca, estaba en frente y

conversaba con otra niña que estaba a su lado y le decía: —Esa es la Yoya, está

trabajando aquí porque se le murió su mamá, y estar aquí le sirve de terapia,

imagínate tiene depresión. Yo la conozco desde que estaba en la guatita,

¡pobrecita!

Pero esto le va hacer bien—. Lo decía por mí, no sé de donde sacaba tanta cosa.

Cuando llegué a este lugar acompañé a la auxiliar que la fue acostar y vi que sus

piernas estaban resecas y escamosas, tomé un poco de crema y le puse; desde

ese día no me olvidó. Claro, para ella soy “la Yoya”, da igual si se siente bien,

para mí eso importa.

¿Y quieren que les cuente? Hay una que no para un rato, se llama Telva, es

campesina, y habla como tal, todo el día pasa caminando. Ella busca una puerta

por donde salir, dice que la casa está sola y tiene que hacer el aseo, etc. Cuando

estoy colgando la ropa pasa cada cinco minutos para hacerme las mismas

preguntas. Es una prueba a la paciencia; cuando ya quiero gritar le doy un abrazo

y un beso bien apretado y le digo que se quede. Con cara de picarona me dice:

— ¿Y usted me daría alojamiento?— Yo le sonrío y le grito porque es sorda, para

más remate, — ¡Claro, por supuesto! — Ahí me responde: — ¡Ha ya!

Entonces la espero—. No me espera, se va y vuelve, una y otra vez.

Hay dos días de visita, donde pueden venir los familiares, amigos y todos los que

quieran estar con ellos un ratito. Les traen golosinas, regalos, los cuales disfrutan

a concho. Si los vieran… Ríen, gozan; claro, no todos. En realidad son pocos los

que reciben visitas, es la parte triste del cuento, ya que hay algunos que, desde

que los trajeron a este lugar, nunca más los han vuelto a ver.

Y esos ojitos cargados de nostalgia hacen sombra y parecen ojos largos,

letargosos, llenos de dolor y de una profunda angustia que contagia.

También había hombres como Manuel; en la actualidad ya no está. Un día se

quiso marchar y tal vez esté en su chalet, del cual tanto me hablaba; es mejor

pensar eso. Es que su recuerdo hace que me de una clavada en el pecho.

Raúl es un poco especial; cuando recién llegué me tomo de la mano y

besándome la cara me dijo al oído: — ¡Estay rica!—

Otro día me tomó de sorpresa por la cintura, y eso que tiene una sola mano

buena y está en silla de ruedas. Por eso lo saludo de lejitos, ya le tengo miedo, ja,

ja, ja. No, en realidad, cuando voy al comedor trato de tocarlos a todos y les

acaricio los hombros, les pregunto como están; eso les hace sentir importantes, y

me gusta que se sientan así, en el fondo es hacer cuanto me gustaría que

hicieran conmigo si estuviese en su lugar.

Son tantos, si pudiera contarles cada historia no terminaría mi cuento, pero no

puedo dejar fuera a mi poeta, José. A él le enseñaron a recitar, aprendió en algún

lugar y declama unos poemas bellísimos; es un enamorado del amor y de una

pequeña que también se llama Adriana, un poquito frescolina; cuando llega un

niño nuevo lo cambia y se olvida de José, que la quiere tanto. Ellos no pueden

pololear, la Madre no lo permite, así que se ven a escondidas, cuando

ella no está.

Cierto día fui a dejar una ropa al cuarto de Olga, y estaba Guillermina, duermen

En La misma pieza, ya casi no la levantan. Su frase típica es:

—A lo que hemos llegado—, y canta una canción: —adolorido, adolorido, por una

ingrata…—. Es muy linda, — ¿cómo estás Guillita? — responde: —Bien señorita,

a lo que hemos llegado.

—Te vine a ver, estoy muerta, ha sido un día muy pesado, ¡no sabes cuanto!

—Señorita, ¿porqué está triste? ¿Esa es una lágrima?—, le digo: — ¿ésta? No,

no es una lágrima, es una llave—, pregunta — ¿una llave? —Le tomo las manos:

—Sí, ¿vamos? Ven, te voy a enseñar.

—Señorita, no sabía que existía esta puerta, ¡Que hermoso lugar! Y estoy

caminando; dígame, ¿dónde me ha traído?

—Es hermoso, sabes que yo vengo a este lugar cada vez que cae una llave de

mis ojos. Aquí encuentro paz y veo a las personas que quiero. Dime ¿a quién

quieres ver?

—Usted está jugando, señorita.

—No, como crees, ya vez que no necesitas la silla de ruedas, ni alguien que te

cargue; has venido sobre tus piernas y si lo deseas ¡puedes correr! Ándale, te

echo una carrera, ¿te animas?

—Ja, ja, ja. Si, ¿cómo no? Seguro que a mi edad voy a estar corriendo.

—Mira, ¿ves ese valle de pasto verde y al fondo esas flores?

— ¡Oh, nunca vi flores más bellas!

—Ya ¿quién gana?¡A la una, a las dos y a las tres!

—Usted hizo trampa, se dejó ganar— respondí —No Guillita, siempre he sido muy

mala para correr, ¡de veras me ganaste!

—Señorita, qué bien se siente aquí, hasta tengo ganas de vivir, ¿siempre hay sol?

Es tan lindo, ¿como es que puedo mirarlo sin que me duelan los ojos?

—En este mundo todo es misterio, no existe el dolor ni la maldad, nunca se

envejece, y puedes encontrarte con tus seres queridos, ¿hay alguien que quieras

ver? — me respondió —Sí a mi madre, ¡allá está! ¿Puedo? — sus ojos brillaban

—Por supuesto, ¡ve! —. La vi correr feliz. —Señorita Rosana, señorita— escuché

a la Guille. — ¡Ah!, ¿qué pasó? — Ella agregó: —la están llamando, parece que

estaba muy cansada porque se durmió—. Estirándome dije: —¡Huu! Lo siento, ya

me voy, un beso y hasta mañana—. Y cuando me marchaba: —Señorita, se le

cayó esto cuando se durmió, es una llave, y es muy bonita, tiene forma de

lágrima.

Al tiempo, mi Guille, se marchó para no volver; se sentía muy sola y decidió partir.

Poco a poco comencé a entender el porqué de la coraza en el pecho. Todas mis

compañeras la llevaban; yo no podía con ella.

Un día, a fines de Junio, mi Adriana ya no caminaba; era muy grande, las

auxiliares no podían con ella. Poco a poco empezó a decaer, tenía una manchita

en uno de sus glúteos; luego se rompió y se hizo profunda. Sentí miedo y mucho

dolor; vino a buscarla un familiar y se la llevó al Hogar de Cristo, un hospital. Ella

estaba sana y no tomaba ni un remedio, eso me angustiaba más; sólo parecía

tener una profunda pena, nunca supe cuál era.

Los días pasaban y fui a verla al hospital. La abracé y besé, muchas veces. Mi

Llanto no era sólo externo, mi alma también lloraba y no quería dejar que se

fuera. Le escribí un poema, es mi forma de mantenerla en mi corazón.

El 20 de Agosto decidió partir, fue cuando mi corazón parecía de cristal y sentía

que caía a pedazos. Sé que era lo mejor, pues estaba sufriendo mucho. En ese

momento entendí el porqué de la coraza y tal vez si me la hubiese puesto no

tendría tanto dolor. Cuando pasaron los días fui a buscarla, me la puse y estuve

un tiempo caminando por los pasillos, triste, buscándola. En mis recuerdos sólo

existía ella; tomaba su ropa que quedó en la lavandería, la abrazaba, y me hacía

miles de preguntas.

Entendí a mis compañeras. Claro, cada una de ellas tiene sus propios dramas. No

es bueno encariñarse con niños que están preparándose para partir. A casi un

mes de la partida de mi regalona, decidí volver a quitarme la coraza; no puedo ser

tan egoísta y pensar en mí, cuando mis niños están muy solos y necesitan el roce

de unas manos, un abrazo, un beso, algo que parece tan básico, pero que no

todos están en condiciones de dar. Así que, mientras esté en este lugar mi misión

será servir, mi cariño y amor no les va a faltar. Ahora debo preparar mi mente

para saber que ellos se marcharán pronto y tendré la esperanza que algún día los

encontraré, al final de mi camino.

FIN

2016 Jun 15

Mariposa en vuelo
Desde 2015 Oct 11

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