III

Dices que me quieres.

Mastico las palabras como si fueran virutas de tabaco.
Las escupo.

No te creeré jamás.
Para mí no significan nada.
Para mí no significas nada.

He reconocido en los hombres

ese extraño ritual de las palabras.
He descubierto, a las afueras,
cementerios más grandes que ciudades.
Cementerios donde van todas a morir.
Donde se hacinan como coches viejos.

Me acerqué con un ramo de rosas blancas.
Olía a neumático quemado
y puse una flor en cada palabra que creí reconocer.

"Amor", "te quiero", "amistad", "papá".

Puse la más hermosa y la más grande
sobre la forma en la que me llamabas.