En el bosque de apamates me enamoré (II parte)
Era una tarde nublada, sigilosa y serena,
En sus pensamientos: un caserío pequeño y naciente,
En su corazón: un Sumo Bien que le llena,
Cuando su pulcra sotana predica un Evangelio perenne.
Ojos claros como el café de la mañana,
Su piel tan tersa que no dibuja defectos,
Su brillo espejo que resalta de su sotana
Y un peinado sublime que lo hace perfecto;
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Murmurando suave en el camión que va directo
Al caserío de señoriales montañas y llanura aplanada,
Que será su hogar previo al eterno juramento.
Llega a la vieja Iglesia, yerma y olvidada,
Junto a ella pequeñas casas, trinitarias y helechos.
Porque era seminarista, un niño de hábito negro y cruz plateada.
Nadie lo espera, como se recibe a un cura, religioso y experto.
¡Buenas! – dice el joven en la casa de doña Aleja,
“¡Bienvenido hijo!... ¿le envió el Padre Nelson?
Asida al porche de la casa de tejas.
Cuestiona la abuela, taciturna y de caminar lerdo.
Alegre y juvenil ante la fiel comunidad,
Cuando ya culminaba la Misa del Domingo.
El padre Nelson con elocuencia y cordialidad,
Le entrega confianza y dirección de su Iglesia en camino:
"Permítame decirle mi estimado y querido pueblo,
Este joven cura chiquito, será su consejero.
Cuando haya tristezas y espíritu amargado.
Entrará en sus casas llevando el consuelo
Atenderá a los jóvenes, niños y abuelos,
Como obertura celeste las laudes rezará,
Meditará el rosario cual querubines en vuelo,
A enfermos en visitas paz y amor dejará".
Es Juan, el casi cura del pueblo,
Quien túnica especial lucirá
“¿Paz y amor cuando visite a los enfermos?”
Se pregunta, entre la duda y la verdad...
Un cuartito humilde para la oración,
La vieja Aleja es la nana;
El tiempo pasa y el levita crece,
Y la Iglesia su fe engalana.
El Rosario reza mientras peregrina,
Por aquella montaña hasta el riachuelo,
“Manantial de la Virgen” cristalina
Honor a Nuestra Señora del Consuelo,
Y en los apamates belleza y solemnidad conviven,
Junto a ella San Isidro, cuidón de sus terrenos,
Verde y florida alfombra suave velo recibe,
Hasta la vetusta plaza techada del azul cielo.
Admirado Juan ante el Edén,
La brisa fresca sus mejillas toca:
Es un lugar santo de Dios,
Que llanura y montaña invocan.
Visita y visita hogares, como era su costumbre,
Hasta una casita, color de enhiesto paisaje,
Se allega en aquella cumbre
Que derrama agreste paraje
Entró con el menor ruido
Como un aletear de ángeles,
La estufa en el rincón arde
Y una cama ostentosa es nido.
Es nido de una doncella
Que duerme en lecho de hadas
Sus rizos se extienden airosos
Ondulantes en su almohada.
Suave pétalo es su piel
Cual orquídea venezolana,
Y sus labios acorazonados
Cual vaivén de la montaña:
¡Despierta el ángel dormido!...
!Padre! -exclamó en su agrado-
¡Dichosa de mí que hoy
Su presencia me ha obsequiado!
Sólo vengo a visitarla
En el nombre de Dios Santo,
A traerle una esperanza,
A levantarle su ánimo.
Estas montañas le esperan
Para recorrer su encanto,
Y respirar su aire puro
Y de las aves su canto.
“Diecisiete años de vida
Suman mi calendario,
Diecisiete años sumida
En sábanas, ¡Oh, qué calvario!”
Mis pies no me responden
Postrada aquí es mi destino,
Suspirando lo imposible
De recorrer los caminos.
Es esa la voluntad
De Dios Padre y Señor mío,
Si me privó de caminar,
Bendito sea su designio...
En cuanto escucha el relato
La garganta de Juan se seca,
De aquella joven inválida
Que le llena de tristeza:
¡Yo te llevaré a un lugar
Y sentirás grandeza!
Será un regalo de Dios
Que su bondad nos refleja.
Danzarás en la montaña
Bajo su neblina espesa,
Bailarás la polifonía
Que nos da la naturaleza...
Se acerca a la habitación
La madre de la doncella:
“Gracias, Padre, por visitarla,
Mil gracias por su presencia...
...Regálele un poco de Dios
Usted que lo tiene cerca,
Y que entre así la luz,
Pues la oscuridad nos asecha".
En las flores del apamate
Junto al riachuelo la espera,
-dice Juan con fe segura-
Toda la montaña fresca.
Faustina es su nombre, padre
– respondió la madre aquella –
Tiene diecisiete años
Es mi niña, mi princesa.
Va con Faustina en sus brazos.
Murmuran: “¡él es un santo!...
Lleva a Faustina en su regazo,
A pesar de su quebranto.
Siéntala en la forjada de hierro
Junto al bosque de apamates excelsos,
Los pies adolescentes rozan el pasto
Ahora burdo, luego lozano y bello.
Eran las tres de la tarde
El viento suave circunda ante el orbe,
Y las flores de los apamates
Caen discretas y torpes.
Faustina disfruta tal sensación
Acaricia las flores en su suave piel de flor,
Era un regalo enorme, era una bendición,
Un ángel era aquel ángel
Uniformado de amor.
!Gracias, Padre! -exclama Faustina-
Por el trueque de mi dolor,
En la alegría y la esperanza
Que se alberga en mi corazón...
Dios la cruza en mi camino
Porque de Él eres creación.
Camina pues con tu alma
Obediente a Nuestro Señor.
(continuará...)
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