Desborda la estancia

Desborda la estancia el sol de otoño,
caldea y tiñe,
templa el lamento y convida al letargo.
Sonroja leve la fruta madura,
dispuesta en tapete de encaje a bolillos.
Vetusto reloj que ya no marca,
péndulo inerte que mece el recuerdo.
Al fondo,
una flor seca preside en penumbra
el viejo piano,

orgulloso vestigio de un vivo pasado,
y el sillón raído, refugio de pláticas,
con su mancha de brandy,
un galón en el brazo.
Aroma velado a tabaco y menta,
a naftalina y lavanda.
La puerta cerrada.
En bodegón crepuscular de perpetuo atrapada.
Lánguida cruza la sala,
otea en la ventana y ve lo de siempre,
lejana casita por tres árboles escoltada,
bella estampa en líquido espejo reflejada,
casi flota,
y acaricia el agua igual el cierzo que el solano.
Cautiva,
perfecta y compuesta,
indemne.
En medio del destiempo entorna los ojos,
se muerde los labios,
claudica en la melancolía,
y al límite de la sombra
destierra su calendario.
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