AZUL

Mi abuela solía preguntarme muchas cosas,
yo también a ella, era sabia y culta, era abuela.
Le gustaba hablar conmigo, saber lo que pensaba,
conocer las cosas que me asustan,
o aquellas que me alegran,
lo que entonces apreciaba.
Siempre quiso saber cual era mi color,
el que más me gusta.
Azul, le decía, después de haber pensado
que no era el verde, tampoco el rojo o el amarillo,

azul, sin duda.
Claro como el cielo en la mañana,
oscuro cuando muere el día,
marino como el mar sobre que vuelan las gaviotas,
como el agua de aquel río al que iba con mis padres,
hace ya tanto tiempo.
Azul.
Azul debo de tener el alma,
que no la sangre, que sé que es roja,
como la de príncipes y reyes,
jóvenes y viejos, cultos e ignorantes.
Azul,
como el centro de la llama,
como brillo en la noche
del filo de esa espada llamada libertad,
como el hijo del trueno
cuando toca el suelo e ilumina el aire.
Azul,
debe de pensar el reo
cuando sabe que no es culpable,
que no hizo mal y está encerrado,
soñando con salir y demostrar que es inocente
que el mundo se equivoca
y se asoma cada noche a la venta
para ver el cielo, que es azul.
Azul,
como los ojos del guerrero
que llora después de haber vencido,
que venera al enemigo que ha caído,
mostrando su respeto
y entiende que en la guerra nadie gana,
que todos pierden.
Con lo fácil que hablar,
ponerse en el lugar de los demás,
ver las cosas desde el otro lado y
ceder lo necesario, cuando es lo justo,
cerrar los ojos
y ver azul.

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