Aún me queda tiempo para vivir y amar.

Aún me queda tiempo para
vivir y amar.
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Como la profundidad de
un abismo inescrutable
y la inmensidad de un mar
sin playas ni horizonte…
y, como el dolor del tajo
de una espada y el pinchazo

de una lanza o una flecha,
es la aflicción que siento en
las horas de esta noche tan
interminable y negra…
donde el miedo se apodera
de mi alma, y, el silencio,
perfora las columnas de
mi fortaleza

¡Oh,
cuántas preguntas me hago,
y cómo me muevo en mi
cama, sin encontrar una
salida ni obtener una
respuesta: mi alma es una
lamparilla sin torcida
ni aceite, mi cabeza, un
canope donde yacen mis
recuerdos, mi pecho, una
fosa de ilusiones que se
pudren, mi esperanza, una
fuente que se seca…!

Tictac -el tiempo pasa con
pies de plomo y zapatos de
claqué-, mientras que busco
el destello de una luz
y las llamas del amor
y la fe.

Me levanto y me voy
a la terraza. Mi cuerpo
tiembla y el llanto fluye por
mi cara; me lo esparzo con
las manos y miro el cielo
azul: ¡las nubes, y el viento,
ya se ha marchado!, en una
acacia canta un jilguero,
y, una paloma, planea
sobre los tejados…!

Me santiguo tres veces,
me agarro a la baranda y
me vuelvo a preguntar,
mientras que huelo el perfume
del romero y los claveles
colorados…

¿Por qué perdí la alegría
que tienen la paloma y
el jilguero, si aún me late
el corazón y me quedan
muchas cosas por hacer
en esta vida?…

¿Por qué le pongo candados
a mis sueños y tapio mis
ventanas, y navego sin
velamen ni esperanza por
el mar del desaliento y
la melancolía?...

¿Por qué no me desprendo del
dolor que me acobarda y
del miedo que me oprime y
dirijo mi mirada a
donde arden las estrellas y
reluce el arcoíris?...

¡Oh Señor, por qué no sigo
Tu camino, y enarbolo
Tu bandera, y practico
Tu doctrina?...

Y después de suspirar,
me suelto de la baranda,
miro el horizonte, y me
respondo, al notar el aire en
mis pulmones y la luz
en mis pupilas:

¡Oh sí, a partir de ahora,
despejaré mis sombras y
extirparé mi miedo… y
seguiré mi camino con
el pecho lleno de amor
e ilusión! ….

¡Estoy seguro, porque me
lo dicen la paloma y
el jilguero, y los latidos
de mi corazón!
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Autor: Francisco López Delgado.