SOMBRÍA QUIMERA.

SOMBRIA QUIMERA.
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Hoy vivo contrariado por un ignoto descorazonamiento
que de la nada, ha nacido bullendo dentro de mi pecho
aniquilando el cantar de esa alondra
que solo buscaba armonizar su canto ante el colorido ocaso
y así poder despedir a la tarde de forma armoniosa.

En mi espalda, el gorjeo de un cuervo sobre mi tejado.

Altanero, elegante.
Mientras a paso lento, muy lento,
se escondió el sol
y la lóbrega noche en pasos silenciosos, confirmó su presencia.

La luna retrocedió su marcha ante el inminente arribo del Astro Rey; amalgamó su cuerpo a una sábana blanca y escondió su rostro celeste hasta diluirse en el universo.

Lo sentí. Sentí como el frío caló hondo mis huesos
desnudando a los cerezos y marchitando las dulces guirnaldas
que adornaban mi ventana.
El tiempo no cesó en su andar e
invadido me sentí por este cruel invierno.

—Las noches se suceden una tras otra, interminables—

La lluvia cae a raudales acompañada por estruendos tales, que sofocan todos los santos de mis altares.
Las velas se apagan y al fondo ya solo se oye cual murmullo,
el llanto de los leños ardiendo en mi hoguera.

Esa noche, arreciaron aún más los relámpagos,
—sabía que los dioses venían por mí— pues
un rayo cayó al pie de un inocente cedro,
que en sus ramas abrazaba mis esperanzas,
pagando por mi culpa, aún sin conocer los motivos
acabando así con sus años de bonanzas.

En ese momento, como en el racconto de una vida
que ahora se despide de la oscura noche
para recibir la ternura del alba,
se oyó no muy lejos el llanto de un niño
y una madre entonando con ternura himnos de cantares
acariciando su rostro, prometiendo que por más sombrías
que fuesen las quimeras, nunca dejaría de protegerle
mientras le quedase vida.

Raymond Sánchez.