SEÑORA

Escuche,
hay muertos que hacen ruído señora,
mucho ruído,
y hay otros,
señora,
otros que se hacen de rogar.
Mire señora,
fue usted como el vino fuerte de la victoria
y ahora, señora, ni sangre es.
P
y mis palabras pierden su forma,
¿verdad?.
Sé que sólo conserva dos cosas
que le dan a usted sentido,
señora,
guarda en su bolsillo una hoz para bregar
y un diapasón que a usted
la mantiene tenue
rededor de lo que nadie
quiso reconocer como realidad.
Y es que entonces presta oídos al hechizo,
yo lo escucho ya,
es un río el que nace en la ciudad
cuando sus ojos sólo ven oscuridad.
Ese es un buen lugar, ¿sabe usted?,
es el sitio apropiado para el bailoteo
de su ajado corazón.
Y al parecer,
señora,
no pide mucho más,
no es la primera vez que en su enfermedad
dice hallar la más sincera libertad.

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