Rosa

2016 Mar 31
Poema Escrito por
San Brendano

Se me ocurrio esta historia como secuela de las tres primeras. No soy muy buena con los inventos pero es una forma de plasmar lo qué se me paso por la cabeza. Si es de su agrado comenten y si no, me gustaría obtener alguna critica.Saludos.

Homenaje a ti, dama de rojo.

"Estoy muy impredecible. Muy, muy impulsiva. Extremadamente. ¡Por supuesto! A veces no sé lo que quiero hacer de un día para otro. No puedo disfrutar de nada premeditado, yo sólo hago lo que siento. Pero lo que yo hago es motivado por la honestidad.
"Mi definición del amor es ser completo. Completar. Hace que todo sea más claro. La belleza es algo que se ve. El amor es algo que se siente."

--Sh-Tt--

Entrada al cabaret:

"

Hoy 23:00, día 12/10. Sus estrellas favoritas estarán cantando para usted."

"Les sugerimos amablemente disfrutar esta velada con el mayor de nuestros respetos."

"Nuestas instalacionés están recreadas para su comodidad absoluta."

"El mejor y selecto coctel de mujeres se encuentra aquí"

"Gracias por su atención y confianza. Disfrutén el espectaculo"

(Voz en el megáfono): "Performance de la mano de nuestra querida artista: La Dama de Rojo."

Un hombre revestido con chaqueta y pantalones casuales dio inicio a la noche de gala. Su cara añosa y madura, lucía el paso inexorable del tiempo que repercutía sobre su amado atractivo masculino. Sonrió ajeno, ocultando una maldición entre dientes y se dispuso a completar su trabajo haciendo un par de horas extras. Los invitados iban llegando a medida, él, corregía algunos puntos desprolijos del guion qué su amada tenía que emplear cuando la representacíon actoral estuviese en su fase central.
El espectáculo empezó entre sonoros aplausos y muchas salutaciones. Los artistas estaban dichosos, sus mejillas recubiertas de un ligero toque avergonzado. Gran parte de ellos dilucidaban una reciente carrera en progreso. Otros,en cambio, vislumbraban una tranquilidad y solemnidad tal qué parecian haber interpretado numerosos papeles a lo largo de su famosa trayectoria. No había un lugar mejor que ese para exhibir sus habilidades. La infraestructura del mismo no era para nada modesta. Estaba adornada por curiosos y llamativos bloques de caliza y sedimento de dos y tres centimetros llegando hasta el tope de ese barracón. Las paredes amuralladas encrestadas de granito y ladrillos color índigo fuerte le testimoniaban una imagen única como esplendorosa en aquellos interiores de orígenes remotos.

Había preciosísimos ventanales de cincuenta de ancho como veinte de alto. Ocupaban la mayor parte del Cabaret dejando limitados espacios entre ellos.
La ornamentación que atisbaba la casa negra tenía gamas azules verdosas como amarillos gallardos que lograba fascinar al ojo humano por donde se lo viera. Las mesas pernoctaban una decoración exacerbada en sus confines, pero desencantaban fluidamente en las ultimas extensiones donde recaían los delicados manteles que entreveían una caligrafía preciosa en manuscrita e imprenta como firma.
Las copas de cristal bien pulidas, los platos de lapislázuli, ostentaban unas reverberadas servilletas rubricadas al dorso.
Las bellas mozas se encontraban de pie sosteniendo entre sus enguantados dedos, unas canastas con panes y alimentos de ricas fragancias que de lejos eran detectados por los pintorescos comenzales.
Sus trajes eran soberbios: una camisa de estola, unos pantalones de gamuza bien acentuados a sus finísimas curvas para deleite del espectador, además, un correcto peinado sostenido entre unas coletas trenzadas para retener sus largos cabellos.

El anfitrión, aquél sosegado hombre que pasaba los cincuenta años, volvió a rechistar aburrido y resignado al ser objeto de burlas y muecas por culpa de una escultural muchacha que no aceptaba sus encantos. Le maldijo por enésima vez y salio al escenario más airado que de costumbre. Sus compañeros le sugirieron normalizar su respiración tan inquieta. Él, desabotonándose la camisa y flexibilizando la corbata de etiqueta, asintió sin ganas, conteniendo el aliento.
La hora había llegado, Rosa ya debería estar empezando su tiempo, los hombres parecían estar no muy conformes.
Si no pensaba en algo pronto su querido sitio de vulgaridades y noche de perversiones iba a desaparecer frente a sus ojos. Hizo un par de señas, unos trabajadores igualmente soberbios con lindos esmóquines de gala prestaron su ayuda al hombre canoso y sin modales. Unos minutos después separaron caminos y cada quién tomo una resolución hasta que Rosa se dignara a llegar. ¡Había que entretener al público como fuera!

Habitación de la estrella:

El espacio difuso era atípico, demasiado estrafalario. Los bizarros apliques poseían la mayoría de las paredes. Innumerables fotografías, calcomanías, y otros objetos carentes de humildad le denotaban más de lo que ella pretendía manifestar. Sus largos perfumes de pescuezos altos y ensordecedores, flotaban en agua sahumerica y volátil. Sus hermosos colores eran multifaceticos. Cada envase tenía una degradación en cristal u oro para su satisfacción personal.

Rosa no era mujer de compartir sus regalos. Le obsequiaban todo lo que sus constantes e indefinibles caprichos quisieran. Sus clientes pagaban muchísimo dinero por oírle cantar, divisar aquellas hermosas caderas danzando en la obscuridad y sus pechos floreciendo en torno a ellos para su lascivo goce. Ella, siempre analítica y engreída, usando esos pecaminosos encantos que le servían para obtener sus ganancias, finalizaba las galas llena de pasión y derroche en alchool qué sus perpetradores más enloquecidos gastaban en sus locos arranques y sus pantomimas siempre gesticulaban una respuesta esperada.
Ya era tarde. Seguramente sus clientes estarían extremadamente fastidiados con sus actuales jefes. La transición había sido más de lo calculado. Su previo embellecimiento facial y corporal se verían diezmados por la catarata de botellas y platos que terminarían volando en torno a su representante: Mr. Hoggins.

Rosa no era mujer de benévolo carácter. No perdonaba y no permitía a otros arruinarle la diversión. Muchas novatas habían intentado quitarle su lugar. Sus rumores corrían por doquier. Le inventaban embarazos no deseados o romances conflictivos con altos capellanes de buena posición. Para ser exactos nunca se había involucrado amorosamente o sexualmente con nadie, excepto con su fallecido novio y ex prometido: Robert.
Él contrajo una enfermedad terrible. Apenas contaban unos meses juntos pero ya mostraban las señales ineludibles de una pareja formal y seria. Robert, a pesar de lo que otros pensaban, no se adjudicaba riquezas ni tampoco tenía un puesto que le aportara dinero suficiente para concretar un matrimonio llamativo. Lo sustancial era algo qué él y Rosa disfrutaban sin desperdiciar. No recordó exactamente la cantidad de veces que Robert le pedía disculpas y lloraba frente a ella por no brindarle otra cosa más valiosa que su amor. Ella, entre risas suaves, temiendo hacerle sentir mal por su pobre suerte, le daba guturales besos y le confesaba al oído lo mucho que le amaba aún sin tener ropa bonita o joyas caras para deslumbrar a las ricas señoras del condado.
Sin embargo; un día de abril, algunos empresarios habiendo presentado la quiebra inmediata en sus fábricas, le comunicaron mediante escrito que por culpa de malas administraciones no pudieron rescatar su capital invertido en sus penultimas acciónes.

Él, lleno de odio, embravecido como nunca, les exigió pagarle su dinero a como diera lugar, por supuesto: jamás obtuvo una respuesta.
Más tarde, se infecto con un virus procedente de una morgue donde había hecho una pasantía de acompañante forense mal retribuido. Los cadaveres estaban exeptuados de las correctas politicas saludables. Las enfermedades eran muchas. Lo normal hubiera sido que hiciera reposo en casa, pero él, como siempre, se negó. Necesitaba dinero, Rosa era su prometida, la mujer tan amada, sus mismos jefes palidecían de emociónes sensuales y querían acceder a sus placeres. Robert, lucho ferozmente contra su triste dolencia pero resulto inútil. Ella parecía un fantasma trasladándose a cualquier hospital, pidiendo de forma suplicante una resolución inmediata para su futuro esposo. Gastaba fortunas en préstamos e hipotecas que como castillos de naipes se derrumbaban sin oportunidades y no le quedaba otra opción que dejar morir a su novio sin atención medica. Robert, envuelto en lágrimas y sangre porque también había despertado un sida mortal que le laceraba su cuerpo y le provocaba funestas hemorragias en carne viva, al final solo pedía morir con algo de dignidad.
Rosa no hizo caso. Es más, se mantuvo orgullosa mediante el transcurso de aquella enfermedad maligna. No iba a permitir que él periclitara así, una persona tan gentil y amable qué nunca lastimo a ningún ser humano. Por las noches, salía agazapada como alma del viento, recubriendo su bello rostro ocultando sus delicadas facciones. Mintiéndole antes de partir a las sombras a Robert que realizaría algunas compras de medicamentos con el dinero obtenido gracias a sus ventas de chocolates en una tienda cercana. Otra mentira qué saldría a la luz. Su comercio fue clausurado ya que no poseía la renta para sostenerlo. Se vio entonces obligada a tomar un dictamen espantoso: prostituirse.

Rosa reaccionó espantada. Se llevo una mano a su pelirroja cabellera enmarañada y ojeo el reloj con algo de somnolencia. Veinte minutos se quedo soñando con el ayer, lo qué fue y lo qué no será nunca. Contemplo el espejo e hizo unas muecas seductoras para facilitar una mejor performance a su lindo y entallado vestido satén. Una bella gargantilla perlada surcaba el esplendoroso cuello, realzándole como una reina. Incrustados pendientes sobresalían de sus finas orejas. Unos carísimos rubíes, obsequio del anfitrión mismo, le quedaban maravillosamente. Ya podía retirarse al escenario y cantar sus notas. No faltaba nada, todo parecía estar en perfectas condiciones, salvo... aquél recuerdo extraviado de Robert y su postrero final.

Rosa palideció. ¿En qué demonios pensaba? ¡eso transcurrió hace años! ¡era hora de voltear la pagina y conseguir lo que más ansiaba: un rico empresario que le costeara sus atributos y pedidos locos. Si, eso era lo más sensato. Con un delicado lápiz labial dio por finalizado su embellecimiento. Ya de pie, cogió su violín, probo las cuerdas y entrevero algunas notas para ella, absorta al escuchar esa fascinante melodía. Su colección era envidiable, gaitas, tamboriles e instrumentos de percusión ladeaban sobre su mullida cama, otro regalo de un comensal engatusado por tenerle a su entera disposición.

― Vaya ― mascullo Rosa abriendo una carta sin fechar. ― ¿Quién es éste forastero? No recuerdo haberle leído antes. ― cerró el sobre y suspiro perpleja. ― ¡Malditos locos!

Afuera, la conmoción era grande, los estrambóticos sonidos le causaban un dolor de cabeza al jefe del pelotón. Pidió silencio, un invitado le tiro un frasco vació de vino hiriéndole gravemente. Los hombres, fieles guardias del recinto, sacaron al pobre y enajenado anfitrión directo a curaciones, seguidos por apabullantes chirridos y exigencias de puño al no encontrar a su queridísima Rosa entre ellos.

Un vigilante se animo a intervenir. Alzo sus manos instando clemencia a los embravecidos procuradores. Al principio, se negaron y le exigieron una devolución lucrativa. Después, la calma empezo a reinar sobre ellos al obtener la promesa solemne de que Rosa aparecería y les daría un show excepcional, y utilizando su jerarquía allí dentro, hubo muchos beneficiados en vueltas gratuitas de Ron y whisky importado.

Aquél centinela agradeció el gesto. Abrocho su camisa despilfarrada de sudor y les anunció con voz jubilosa la llegada de Rosa a las hermosas plataformas repujadas con diamantes y turmalinas.

Muchos aplausos atronaron la sala cautivados por luces multicolores y perfectos destellos de escenas y cortometrajes donde Rosa era la única protagonista. Ella entró obviando las miradas curiosas y sugestivas hacía su prominente escote, balanceando sus bellas caderas como una sinfonía oriental. Muchos enmudecieron. Finalmente hizo su flamante aparición la renegada hija del anfiteatro: Madame Rosa, la mujer de rojo.

Otro corte teatral. Las jovenes mozas aplaudieron su desenvoltura. Los hombres sintieron el corazón hinchar de alborozo. Ella empezó a rasguear el inmemorial violín con sombreada expresión. Las marmoleas uñas deshilvanaban las notas escindiendo la poética rima, encandilando a los demás.

Hasta el momento era una ensoñación auscultar esos sonidos que les maravillaban como si estuvieran en el mismo cielo.

Rosa era inmensamente feliz. El hueco ruido silenciaba a sus demonios. El miedo se evaporaba. Robert ya no existía. Ella era unánime y estaba congraciada con el universo. ¿Qué más podía exigir?

En un oscuro rincon, alejado y lujubre del escenario: Un grupo de tres personas reían y se pitorreaban de esa bella mujer. Alguién les llamo la atención.

― ¡Oigan! guardén silencio. ― asevero un hombre mayor, un tanto canoso pero atisbaba unos hechiceros orbes azules.

Uno que se encontraba reunido junto al clan, minuciosamente, giro su elástica cabeza hacia atrás mostrando una horrible sonrisa enigmática. Sus grises ojos le repelían sin compasión.

El hombre, avergonzado, tosió frenéticamente. Se encogió de hombros y tratando de contener sus nervios se adjudico una mueca feliz que no convencía a nadie. Hizo un corto ademán con su palma y le echo un guiño a su esposa que parpadeo confusa. Aquél chico seguía divisándole, traspasando sus iris pálidos que le horrorizaban como nunca lo habían hecho antes.

― ¡Ey! ― alzo una copa espumeante de sidra en ella. ― ¿quieren brindar?, ¡yo invito! ― volvió a reír entusiasta. Su mujer apoyo ambos codos sobre la mesa y le recrimino sin cruzar palabras ese estupido y raro comportamiento suyo.

El joven, un pequeño renacuajo de no más de doce años seguía hostigándole con sus belicosos ojos. Sus dientes asquerosamente podridos detentaron unos apretujados frenos de mala calidad que le daban un aspecto feo y mortífero. Él, para asombro de sus acompañantes, quiénes saboreaban una copa de vino rojo sangre, admirando las progresivas y encantadoras notas de Rosa, le escucharon aplaudir felizmente esa nueva iniciativa. Giraron sus cuellos, también, raramente dúctiles, con horripilante semblante, pero ellos no sonrieron al hacerlo.

El (ojos grises) sin inmutarse, pidió clemencia a sus oscuros amigos. Asintieron al oírle, regresaron sus miradas al espectáculo bebiendo sus inmaculadas copas de cristal.

― Aceptare tu proposición, no obstante, exijo una cosa para sellar nuestro trato. ― gimoteo de satisfacción. Limpio su bruñido traje de gala con un pañuelo de seda donde había restos de comida. Temblequeando, el longevo anciano, sirvió aquel elipsis sanguinolento, el cual olía deliciosamente, sobre ese cáliz vacío.

― Por favor, estoy a su entera disposición. ― su turbación era palpable, el chico lo sintió.

― Quizás, llevo mucho tiempo en este negocio. Mi trabajo es ser espectador. ― su voz era opaca, demasiado atrayente, esas ultimas frases calaron hondo al hombre que previamente disfrutaba la cena de la mano de su noble esposa.

― Estoy confundido. ― carraspeo sin entender muy bien. ― ¿Por qué han llegado hasta aquí? No es mi intención ofenderle, pero estas instalaciones están prohibidas para menores de edad.

El pánico le columbro todo su ser. Ese niño aún le observaba como si le prejuzgara a cada momento. ― perdón, no era mi intención.- argumento.

― Olvídalo, no pretendo que llegues a saber con exactitud lo que intento decirte. Mi tarea en este lugar concluirá en algunos minutos. ― emitió una sonora carcajada. Los allí reunidos percibieron esa aura vil y ensordecedora, muchos pidieron la cuenta rápidamente, unos mozos le hicieron caso y al cobrar el cheque o la suma total en efectivo, avistaron consternados como huían sin mirar atrás los comensales.

El hombre entrecerró sus ojos vacilante. ¿Qué demonios estaba pasando ahí?

― ¿Quieres saber mi nombre? ¿o el de mis compañeros? ― el muchacho consumió unas gotas del exquisito vino y su risotada inocua le taladro el cerebro. Sus nervios explotarían si ese niño continuaba haciendo esas raras insinuaciones que no llegaban a ningún lado.

― Esta bien, señor...― apreto su mandibula. Los segundos parecían horas. ― ¿le gusta la función? , ¿es de su agrado?- una pelicula de sudor le tomo desprevenido.

Rosa decentaba su violín por enésima vez. Era la tercera canción y la más arrullante, todos lucían hipnotizados por esa primorosa sinfonía.

― Me atrae la vista. ― su plateada mirada paso de ese invitado a la flamante señorita, acuclillada sobre un modesto banquito de madera.

― ¿Le gusta la muchacha? ― aprecio la misma secuencia, embelezado. Era verdad, Rosa era muy hermosa, su belleza era un motivo de sedicción y opulencia única.

El achacado ser entre morbosas exhalaciones le dijo que si. Su famélico y quebrantado cuerpo enfermo admiraba todo en aquella muñeca de porcelana.
― Ella será mía.

Su pobre y nuevo "acompañante" cruzado de brazos le indico su aprobación, luego, reaccionó, aún más desorientado. ― ¿Cómo suya? , ¿se siente bien? ― temió por su salubridad mental. Ese mocoso le daba repelús con solo verle.

― Soy misántropo, contemplo, analizo y declino la balanza a mi antojo. Todo en mí debe poseer un correcto balance, una magna prevalencia, así el universo no se destruye alrededor. ― su perpetración fue desorbitante, frunció el entrecejo reverenciando su placer en él.

― Explíqueme, soy un tanto neófito en cosas así. ― le pidió entre curioso y pasmado. Sus sienes ardían.

El joven mordió su lengua, lanzo al piso ornamentado con finas cerámicas de relieves su copa libre. Un sonido roto, acompasado, resquebrajo los vidrios a la mitad. Otro requerimiento de discreción fue eximido en diferentes mesas. El niño utilizo ese porte de magnificencia innata y vil para acallar murmullos. Lo consiguió.

― Es simple. Las personas rechazan o no saben sustentar el equilibrio. Los platillos que agitan su templanza se van sucediendo como una ágil pluma y el alma no halla su lugar. El peso aumenta, su costo se vuelve inaccesible, el cancerbero arrebata su corazón, la materia se destruye y el ser humano acaba muriendo sin lograr el éxito. ― finalizo sin objetar otra cosa al respecto. Se estiro de pies a cabeza y descargo su blanca cabeza contra su esponjosa silla de terciopelo azul.

Las risotadas entreveradas de sus amigos le hicieron reflexionar su perdida de tiempo. La gala debería llegar a concluir en breve. Su forma no podría mantenerse como él pretendía, muy pronto, su hambriento esqueleto disfrazado pasaría a la historia.

― No entiendo su idea. Pero estoy casi seguro que usted es un interesante conocedor de la mitología y sus costumbres. ― dijo, al mirarle algo inquieto por demasiado champagne subiéndole a la cabeza. Estuvo próximo a trastabillar al suelo de borracho, su mujer le retuvo con repetitivas exclamaciones de cansancio.

― Pronto lo veras. ― un brillo maldito surco sus penumbrantes facciones. Un joven de galera alta le hablo en un dialecto raro, él, le exhorto a esperar unos minutos hasta que estuviera cumplido la ultima parte del juego. Aquellos orbes violetas centellaron de maldad. Una niña estaba con ellos: su pelo rubio, enrulado, muy hermoso, como granizo, retranqueaba entre mechones. Poseía unas aguaceras de ultratumba color celeste que le escudriñaron una emoción no muy gentil.

― Esta gente, no es normal. ― reflexiono el malogrado hombre entre reprimidos susurros.

El anfitrión, ya repuesto del anterior golpe salió a escena y dando grandes zancadas, apelo a la solidaridad de los que lograron resistir la espantosa mirada del hombrecillo. Entre muchos aplausos y una lluvia de rosas, la guapa mujer, cabizbaja, levanto una mano resplandeciente de elogio. Su actuación fue maravillosa, todo había salido al pie de la letra. Era la indiscutible reina del espectáculo, todos la amarían, sería la más perfecta de tantas sopranos, su felicidad era el alimento de su ser. ¡Lo había alcanzado! ¡era fantástica!

Una aclamación de guturales aplausos le hizo voltear con incertidumbre. Le siguieron intensas presencias a trabes de ojos inquietos, escucharon sus risas algo sorprendidos.

― Muy bien, Rosa. ― otra seguidilla de ecos risibles le apagaron la exaltación de gloria. ― ¡Eres impresionante! no me equivoque al escogerte. ― impugno una carcajada. Un silencio general acabo en Rosa y su posterior desenlace. Ella hirvió de ira, lanzo al estrado su ramillete de finos claveles amarillos y le desafió con el puño, embravecida.

― ¡Mocoso irrespetuoso! ¡Este lugar no es para enanos sin documentos! ¡Fuera de aquí o los echo a patadas! ― señalo la salida. El niño inspiro su delicada fragancia a violetas.

― Tengo un nombre...me dicen: El Bufón. He venido especialmente a estas lejanas tierras de expansiva dimensión para llevarte conmigo. Mi interés en tí es soberbio, querida Rosa. ― a sus cortas palabras le acompañaron unos ojos inyectados en maldad pura.

― ¡Vete al diablo! ¿Quién te ha dado privilegio en tratarme de esa forma tan coloquial? ― cruzo ambos brazos, iracunda y espontánea. Ansiaba una respuesta sincera, más le valía contestar como era debido o terminaría en las rejas de un calabozo sin esos horripilantes amigos que le hacían guardia.

El bufón rió, esa muchacha era fuego y quería arder con ella.

― Rosa, Rosa, Rosa. ― deambulo alrededor comiéndose las uñas de puro jubilo. ― no te conviene hacerte la difícil, esa voz de la que estas muy orgullosa, puede volverse una pesadilla. ― le advirtió.

Rosa, haciendo una reverencia de burla y a cuestas del pedido a sabiendas de su jefe, el anfitrión, le atisbo socarrona. Su largo vestido, bellisimamente enlazado con talladas perlas y rubíes suscitando que sus prominentes senos al igual que sus abondoreadas caderas relucieran de atracción, le quedaban perfectamente. El bufón lo sabía, ese era su punto débil, (La lujuria).

― ¡¿Lo ves?! Mi belleza no tiene límites. Soy perfecta. Cualquier hombre se rendiría ante mis pies. ― sus carmines labios le acentuaron una maquiavélica sonrisa.

― Abracadabra. ― él movió sus dedos hábilmente y de pronto, como una lluvia de pétalos purpúreos, el vestido blanco, ajetreado de minerales y rocas semipreciosas se transformo en una oleada de sangre, mohína, supurada de volcánica erupción. Rosa sollozo al contemplarse frente a un espejo que de casualidad estaba pegado en una esquina. Su rostro, antaño favorecido y pecaminosamente envidiado por muchas jóvenes de alcurnia o bajo poder adquisitivo, se hayaba roto y vislumbraba gruesas suturas en casi todos sus alabastros pómulos.

― ¿Qué es esto? ― tocó consternada sus rasgos empobrecidos. Lloro otra vez.

― Rosa te llego la hora. ¡Ven al inframundo conmigo! ¡sé mi esposa! ¡guirnalda de mi espíritu resquebrajado! ― una eclosión furibunda inundo el espacio solitario. Angelique, el Bufón y el segundo Anfitrión gimieron de maligna saña. Una hemorragia completa revistió el costosísimo traje y la mirada escarlata y orgullosa se transformo en azul y descalcinada.

Las personas, locas de estupor al presenciar semejante drama, a Rosa llena de lodo en gamas bermellón, como era de esperarse; huyeron entrechocándose por el acumulamiento de gente. Un truco más y el escenario desapareció ante sus guturales ojos muertos y sin vida en ellos. Lo que se pudo denotar fue un rastro hediondo de sangre y pisadas huecas rellenando sus suelas.

El bufón mascullo una risa más necrótica. En sus lánguidos brazos, apenas sostenidos levemente por su costoso esmoquin de gabardina repeliendo el inmundo olor, soportaba una carga que le resulto demasiado exquisita. La desfallecida Rosa, ahora, reencarnada en un vampiro pálido y todavía precioso ante sus purulentos ojos de niño asesino, tenía sus labios matizados en gamas añiles. Paso un dedo sobre su rostro, saboreando el momento, finalmente era suya, solo suya.

70 años después:

Angelique estaba sentada frente a su lampiño pupitre de mármol. Escribía una carta, usando una grata caligrafía sellada al dorso. El signo invicto de ‹‹Barthory›› testimoniaba su rubrica. La pluma y el jilguero yacían a unos metros de ella. Atisbo el horizonte, apartando su largo bucle de esa chiquilina cara y frunció el entrecejo molesta. ¡Los animales no le dejaban centrarse!

El anfitrión, soñoliento, daba algunas provisiones de una estampada bolsa de consorcio a sus animales favoritos. Había pelícanos de pico alto y biburficaban unos endosados plumajes en pigmentos celestes marinos como anaranjados vigorosos en finas líneas. Monos capuchinos, estos, subían entretenidos hacía las palmeras balanceándose para surcar otras ramas mientras iban deslizándose por doquier. Osos engullendo mambu, hormigas carnívoras asaltando cadáveres putrefactos en las arenas cercenadas por pedazos de ungüentos y piedras semi preciosas.

Angelique le escudriño sin asperezas. ¡Todo seguía exactamente igual que antes!

Más allá de ese pequeño recinto apelmazado en las sombras, en un lugar pequeño y repleto de corrosivos fuegos artificiales, horadando el infinito sin estrellas o galaxias merodeando en sus vastas extensiones. Dos personas, asidas en un apretón fuerte de manos, conmutaban unos interminables besos y el mundo se iba empequeñeciéndose cuando sus cuerpos se unían en un torrente de abrazos y calidos roces que ella, suplicaba, no terminaran jamás.

― Rosa ― soplo él, en un vano intento de rechazar sus diabluras. ― Angelique nos espera del otro lado. Llego la hora, debemos partir.

La mujer rechisto enfadada. Cruzo los brazos en pose ecuánime y se dispuso a salir de ahí. El bufón le detuvo, le envolvió entre sus flacuchos dedos y le insto un beso entre sus rotos pómulos que hace muchos años no brillaban de frescura.

― No te enfades. Mañana regresaremos para disfrutar como es debido nuestro aniversario. Ahora debemos continuar nuestras afficiones principales. Recolectar almas, asesinar y aniquilar corazones. Anteponer eso a nuestra relación es primordial. ¿Verdad que tengo razón? ― sonrió.

Rosa medito esas palabras, bufo descontenta pero asimilo que él nunca se equivocaba. Era cierto que tenían una misión que concretar, sin embargo, ¡siempre ocurría algo en medio!

― Esta bien, vamos. Sufriras las consecuencias si lo olvidas, eh. Respecto a eso ¿qué haremos con Silvestre? ― le devolvió el beso. Su beatifico estandarte petreo de reina caida era un estigma para qué el Bufon la convenciera automaticamente. No era la hora todavia.

Su querido amante se adelanto con finisima desenvoltura hasta que diviso las francas arenas del mar oriental. Todo en él sublevaba un calculo siniestro. -¿Silvestre? ja.- la misma risa de antaño. El mitico anhelo. Su autodestrucción. - Morira. - sus pensamientos de gloria estaban invictos.
- Y linda...- su voz honesta y temeraria.- tus deseos son órdenes. ― facilito una reverencia con su altísima galera de seda y le sujeto su palma con sobresalto desbordante. ― ¡vamos de paseo!

Una iluminación sempiterna relumbro el ocaso y numerosas supernovas de amarillos bordes, pintaron el cielo con majestuosas luces.

El violín de Rosa repiqueteo en los amurallados acantilados, los cuales, aún, fluían de ríos y mesetas de indefinidos colores ocultando en sus alborozadas profundidades. Aquel gemido repleto de historias y memorias ajenas que era mejor dejar atrás.

2016 Mar 31

San Brendano
Desde 2016 Feb 26

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