Obsesión

Susssaaaa, gritó la vieja dos veces
y dos veces pitó el tren que entraba en la estación,
como respondiendo a un desafío.
La vieja llamaba a una hija que el tren le mató
o invocaba un fantasma de su lejana juventud.
Como una mona enlutada, chiquitita,
gorgorito a la sombra de su joroba,
la viejita, vertía inmundicias en gateras y cloacas
para alimentar a las ratas y los gatos.
Y gritaba. La vida era un grito, un alarido,

silencio que estallaba en estampido.
Loca gritona en la estación de Atocha.
La seguí fascinado por sus rarezas
pero el loco era yo
que sujetaba el ansia de arrojarme a las vías
e iba de andén en andén, como si esperara a alguien
o fuese a tomar un tren hacia algún sitio.
De cuando en cuando, un convoy vaciaba su intestino:
vagón a vagón, la multitud anudaba las farolas.
Yo seguía allí, clavado a los raíles
como una traviesa, incluso
cuando la vieja loca había desaparecido.
Había una grieta en mi alma tan profunda
como un abismo imposible de colmar
y, sin embargo, mi corazón latía, monótono,
a su ritmo, sin compartir mi angustia.

("Honed")