Noctámbulo

Junto al galopar de los latidos de la tierra,
nace en su interior un canto terrenal
que avanza hacia el lecho de los suspiros
y se ahoga,
mientras el sol se adormece en el horizonte.
La soledad del bosque acompaña el vuelo del cóndor,
moviendo las hojas muertas en el suelo,
bailando entre los árboles
y haciendo temblar las lágrimas del campesino.
Ambos,

cazadores esperanzados de la noche,
en la enceguecida oscuridad que da nacimiento a los impulsos de vigilia, anudan hilos en las grietas de sus desilusiones.
Y el cóndor obstinado,
velando el sueño de los callados,
hambriento de esperanza,
continúa a un tiempo apaciguado,
liviano de equipaje y de lamentos.
El campesino renace en cada noche,
abstraído en un aire de tranquilidad,
iluminado por el plenilunio
que aparece adornando el cielo negro.
Las lágrimas reptiles se funden en su rostro,
siente que su espíritu se dilata
y el cóndor lo observa,
detenidamente,
cuándo la luna se enciende
y las voces callan en almohadas de pluma.
Mientras los noctámbulos se iluminan de ideas,
el cóndor continúa su andar silencioso
y el campesino es presa de un letargo apacible.