Mis tesoros

Olvidé mis tesoros en aquella esquina multitudinaria. De todos modos, esos objetos habían pasado desapercibidos...
Cuando decidí regresar por ellos, la prisa era tanta que corría con los pies descalzos, por el pasto y por la calle; y las sendas peatonales eran como una gran cebra amenazada por ruidosos bocinazos y personas más apresuradas que yo.
En ese momento comprendí por qué nadie se había detenido en esa esquina, y mis ganas de comprender por qué siempre andaba con la vista baja se hicieron más evidentes;
tanto que la cebra comenzó a moverse y yo a tambalear, los bocinazos amenazantes se convirtieron en un ruido ensordecedor, las personas apresuradas pisaron tan fuerte el acelerador que produjeron terribles accidentes, y los demás, sin pensar en detenerse, corrían más rápido que el tiempo en su reloj, con el afán de llegar a puntuales.