A mi esposa
Hoy curiosamente creo que he acariciado la felicidad,
al menos pretendo estar en el camino de hacer de ella una sensación habitual.
Aquella felicidad humilde que se encuentra en las cosas más sencillas,
y que son las más nobles.
Qué calma respiro en este lugar.
Desde una posición elevada, diviso al fondo de la Sacramental,
la parte monumental de la ciudad, tras el rio Manzanares.
S
al que observo entre el trasluz
que deja pasar las ramas y hojas de los árboles del parque de San Isidro,
donde me he detenido a descansar.
Me cruzo con otras personas,
que caminan en direcciones opuestas, o en la misma que la mía.
Sin palabras, no hacen falta,
percibo que nuestras miradas también coinciden.
Alrededor, mientras me cruzo con un chaval drogadicto
que camina con la cabeza agachada sumido en sus pensamientos,
escucho las risas de los niños.
Me pregunto si estarán tan alejados de los míos,
al igual de los de aquel precioso perro
que se ha detenido al notar mi presencia.
No sé, este es el toque mágico de realismo que te envuelve
mientras pendiente de aquello y de nada,
no he notado el punzar de esa pequeña astilla
que se ha clavado en mi mano.
Respirando sosegadamente, contemplando,
sintiendo todo aquello que me circunda,
intentando que no escapen de la escena
aquellos pequeños detalles que obviamos
porque los creemos perennes en el tiempo.
En este momento que estás de viaje espiritual
y lejos de mi,
me gustaría volver a conversar, pasear despacio,
y que me acompañaras, agarrada de mi brazo
con la cabeza apoyada en mi pecho.
Tú has realizado físicamente el trayecto, yo no.
Pero ambos continuaremos siendo peregrinos del Camino de Santiago
por todos los días de nuestra vida.
Pues el camino de la vida
es también el camino de la reflexión, de la meditación
y forma parte de un todo.
Bienvenida a casa cariño.
© 2022 Juan Manuel Samaniego OcaÑa - "A mi esposa"
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