Mi bella Madrileña
Caminaba pesaroso por las calles de Madrid,
sin saber a donde iba, sin tener a donde ir,
y vaya que era absurdo, con tanta belleza ahí,
pero estaba triste y solo, sin razón para seguir.
Y en un instante el destino mi suerte cambio,
al alzar la mirada, divina la creación de Dios.
¡Madrileña!¡Oh Madrileña! vaya que mi suerte surgió
al mirar tus ojos verdes toda mi alma tembló,
¡no la olvidaré nunca! eso te lo juro yo.
¡Madrileña! ¡bella madrileña!
dama joven de singular grandeza
y ni hablar de tu boca, de tus labios grana,
de tu silueta alta o tu melena clara;
pues pasaría toda la tarde, toda la noche,
toda mi estancia en tan bella patria
casi tan bella como lo eres tú.
¡Luego te fuiste! ¿a donde? no lo sé,
traté de hallarte... mas no lo logré.
Varios años han pasado y sigo viajando a Madrid,
con alegría y muy atento, a buscarte hasta morir.
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