La herencia

El chiquillo de cabellos dorados, alabado por todos, querido por muchos. Aquel que creció con ansias de grandeza, pero que se quedó corto, frustrado.
El que se convirtió en un hombre con personalidad narcisista y le gustaba caminar adelante de su esposa, dejándola atrás, nunca a su lado. Aquel que se volvió loco cuando lo cambiaron, pero no por desamor, sino más bien, por la humillación. Y ojalá el “volverse loco” hubiera sido una hipérbole y no él entrando a hurtadillas a nuestra casa a golpear al sujeto en cuestión. Porque salir en una foto con su hija fue un golpe tan grande a su ego, que no le importó el daño. Estaba cegado, trastornado.
Aquel hombre narcisista que un día sin previo aviso aparece prometiendo el mundo, pero que al siguiente lo haces sentir tan traicionado por no confiar en él, que prefiere desaparecer otros cuantos años, porque el dolor que lo consumió fue demasiado grande. Su propia hija desconfiando de él, del chiquillo adorado.
Entonces me pregunto si acaso no habré heredado un poco de su narcisismo. Porque a veces pienso que me creé esta historia en mi cabeza porque no soporto la idea de que mi padre no me quiera. Prefiero pensar que enloqueció y que por eso me dejó. Elijo creer que necesita ayuda, porque nadie en su sano juicio sería capaz de dejarme a mi, cuando yo soy un sol.
¿Será acaso que los dos estamos locos?
Porque a pesar de que tenga pesadillas con él deambulando sin rumbo por la locura, aún así, muero por hablarle. Por contarle de mi día, por mandarle fotos de mis gatas.
Muero por decirle: ¿Quieres venir a verme bailar?