La ciudad de la muerte
Un día desperté en tierra ajena,
Ajenos colores,
ajenos olores,
ajenas mortandades.
Un silencio mortecino
putrefacto y ancestral,
despertó mi sueño,
me arrojó andar.
U
merodeaba de par en par
puertas, barrios, toda la ciudad,
el miedo en mis huesos se empezó afincar
Parajes ajenos,
penas conocidas y tan sentidas
como si mías fueran las heridas,
como si mio fuera el dolor.
Mis ojos no veían, todo trascendía en la mera sensación;
y ahí en lo tembloroso
vi a un padre de ojos llorosos
besando la frente de su creación.
Mis pasos parecían no inmutarles,
¿o es que acaso para ellos no existía yo?
y casi al instante que me hice esa pregunta
la muerte mi hombro pasando topo.
Ligera sin prisa,
serena calavera,
pequeños y a grandes
a todos visitó.
y en aquel recinto azotado y desolado
me senté a esperar mi turno
¿Que otro destino se podía esperar ya?
¿Qué hago yo pudriéndome en esta ciudad?
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