Jugar con fuego

Jugaba con fuego.
Quería que le contase
todos sus secretos.
Sabía que podía quemarse,
pero nunca le importó.
Decía que prefería
arder y morir
de amor,
a que se le congelase
el corazón

y morir sola.
Se enamoró de él,
de su luz
y su calor.
Así que observaba,
noche tras noche,
el baile de las llamas.
Las acariciaba,
las besaba.
Acabó con los labios
llenos de cenizas
y las manos y la cara
repletas de quemaduras.
Le gustaba sentir el dolor.
Le contó y cantó
todas sus penas al fuego.
Él las escuchó
y le susurró
el remedio a sus males.
Las lágrimas
acabaron con su danza,
apagaron el calor
de un alma solitaria.
Y ella bailó descalza
sobre las brasas
a punto
de consumirse.