Historia de ascenso y caída

Deshauciando las pestañas de las cuevas,
un astronauta de mediodía, de Mercurio.
galopa en la soledad que existe ahora
en los desiertos vacíos ya de agua inmensa.
Antes, la vida era un planeta
en que mangostas danzaban
y dormían en cunetas.
Después, el rumor de las palmeras,
al caer acorasadas del viento,
y se extinguió entonces lo vivo.
Quizá por un egoísmo veleidoso
el capricho del mago-controla-todo
no fue más allá de trenes sin carga
de sustituir el nada por su mierda en los bolsillos,
aun a costa de las hernias del proletariado
y los bufónes a quienes les hizo magia en las narices.
Al final, final no hubo.
El tiempo a la seguridad nunca da abasto.
Es precisamente su maña de ladrón
la cómplice fortuita al robar cajas de hierro.
Los pobres duendes seguiran rezando
o cortando sus venas con salsa de tomate.
Y será entonces, hasta que la gravedad repercuta,
la estatua de oro y hojalata, el imán de tantas palomas agotadas,
por un para siempre temporal y comprometido.

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