En completa y absoluta libertad.

En completa y absoluta
libertad

(De mi libro "La otra cara de Jano")

Algunas veces -sobre todo por las ferias-, me dejaba el Pinchaúvas, el viejo campanero del pueblo, subir al campanario a tocar… y cuando subía despacito por las estrechas escaleras, con un cabo de vela encendido en una mano -y palpando con la otra la pared-, no dejaba de pensar en fantásticas historias, al creer, que las oquedades que había en las paredes eran oscuros pasadizos que llevaban hasta salas de tortura y terror, mientras observaba entre reverberos, extrañas inscripciones grabadas en las piedras y respiraba un aire irrespirable, enralecido y denso a la vez…, hasta que llegaba al escalón de arriba, descorría el cerrojo a duras penas, y al abrir la rechinante puerta, una llamarada de luz muy clara y pura cegaba mis pupilas y un soplo de aire fresco inundaba por completo mi ser. Después de observar el vuelo de las golondrinas, me iba a las campanas, cogía la pequeña por arriba y empezaba a tocar…, y aunque había distintas formas de hacerlo, la que más me gustaba, era la del “toque al “voleo”, aunque éste fuese un estilo muy difícil y arriesgado a la vez: tenías que esperar con las piernas ligeramente abiertas, los brazos y las manos distendidas, -y el cuerpo echado atrás-, a que la campana diera la vuelta, para propinarle un nuevo impulso, y otro y otro más, balanceando acompasadamente el cuerpo, hasta que alcanzaba una gran velocidad, atronando -y rompiendo el aire-, al tañer el badajo la copa sin parar: ¡Tenías que estar muy atento para no recibir un golpe mortal!
Desde arriba se veía el pueblo, con sus casas blancas, sus tejados rojos y sus calles “empedrás”. Allí -entre la luz del cielo-, te sentías tan ligero, que te entraban ganas de volar, como lo hacían las primillas y vencejos por el aire, con soltura y elegancia y en completa y absoluta libertad…
¡Cuando bajaba estaba tan contento, que los escalones los saltaba de tres en tres!

Autor: Francisco López Delgado.