Duelo en el espejo.
Duelo de espejo.
Maldita negra sombra del espanto
que le contaminó las direcciones,
maldita educación del desencanto
que le llenó de piedras las canciones.
Ni besos ni caricias, menos llanto,
que un neandertal soñó limitaciones.
Del tipo que ante mí desvanecía,
quisiera hablarles con melancolía
porque murió "quedándose sin frenos".
Ninguno como yo lo conocía,
ninguno lo echará menos de menos.
Su muerte fue el veneno de la fruta
prohibida del cariño y la ternura,
agonizó sufriendo una disputa
contra la sinrazón y la locura
que un padre de familia de viruta
le había encadenado en la cintura.
Y al ver que el mundo no era solamente
un mar estéril lleno de villanos,
miró a su prole y mártir, sonriente,
les sirvió su epitafio en platos llanos:
"los hombres también lloran libremente
y anhelan las caricias de otras manos.
No queda ni vergüenza ni miseria
posible, nunca, dentro de un te quiero,
amar sin condición es la materia
que no deja jamás un sueño huero,
dejarse convencer es cosa seria
sino no sé muy bien porque me muero".
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