Desde esta plaza.
Desde esta plaza solitaria, el cielo
se ve muy limpio y claro, sin nubes ni
nieblas, ¡con un azul intenso!, como
si fuese un trozo de papel charol
pegado sobre el contorno deslucido
de las casas: los viejos edificios
que se alzan cual titanes de cemento
sobre las calles relegadas de este
humilde barrio.
A
y jaulas con verdones y canarios,
toldos rojos, azules y amarillos…,
balcones tendedero con ropajes
suspendidos: camisas, pantalones
calzoncillos; blasones de emigrantes,
ondeando su pobreza, agitados por
la brisa matutina de levante…
Desde aquí, la luz me ciega -me inunda
de su resplandor tan claro-, perfora
el iris de mis ojos, me atrapa, me
rodea…, mientras que mi mente juega al
corro con los hijos absolutos
de mi alma.
A mi espalda un viejo bar me llama
la atención con el ruido endiablado de
sus tragaperras. En el parque una abuela,
-sentada en un banco de madera-,
mira sonriente como juega su
nieto corriendo tras las palomas
de la libertad…
Un transportista descarga coca-colas.
Los pájaros cantan en la morera.
Un mendigo duerme bajo los setos…
Mi mirada se nubla. Mi razón
se desatina. Mi corazón
pierde el ritmo: ¡se queda sin control
Me despejo, levanto mi cabeza
y rezo un padre nuestro… ¡Oh Dios mío…!
¿A dónde va tu pueblo…?
Desde aquí el cielo se ve más claro,
¡más nítido y limpio…! Enmarcado por los
bloques solitarios donde duerme la
pobreza y la desilusión…
¡Desde aquí el cielo se presenta mucho
más brillante, anunciando un nuevo día
lleno de hermandad y esperanza y
un futuro más prometedor…!
Autor Francisco López Delgado.
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