De mi esencia a la suya.

Me enseñaba y me ensañaba muy bien.
Aprendo cada día, no soy experta y con él siento que comienzo de cero.
Amarlo era aprender a saber esperar por él.
Y de sus amarguras, no podía decir nada pues a veces éramos tan ridículos que comenzaban en llanto y terminaba en risas.
Tan tontos nosotros.
Pero lo amaba… cuánto lo amaba.
Era mi ida y venida.
Me enseñaba a cuando "sí", cuando "no" y cuando "quizás"
Sus "ya no quiero" dolían, ¡cuánto me dolían! Pero aprendía a entender que era parte del momento. Pues por más terco y resentido que pareciera, él sujetaba el hilo rojo como a su propia vida.
¿Cómo lo sé? Porque volvía, él volvía.

Aún con su miedo, con sus vergüenzas y sus inseguridades. Le costaba y mucho, pero era él y se cargaba la maleta por más pesada que fuera y volvía.
Mostrándome lo más hermoso, su esencia.
Escribo de él porque vale la pena, como las lágrimas también.
He llorado, cuánto he llorado y sin embargo aprendí a asimilar que las nubes negras son parte de.
Me enseña y yo aprendo.
De sus ojos a los míos.
De mis labios a los suyos.
De su tacto a mi tacto.
De mi piel a su piel.
De su alma a la mía
De mi esencia a la suya.
Y qué bonita esencia, porque a pesar de los días malos, qué bonito ha sido el viaje hasta aquí.
De tus ojos a los míos.
De mi vida a tu vida.