Calle Platón
Perros, ladridos,
duros baches,
cantinas, borrachos,
dilemas,
arrebatos,
una seña y un ojo guiñado...
La décima sexta llamada
la última llamada,
la llamada irritante de un destino real,
de la burla del tiempo,
de la miscelánea de un irrisorio discurso.
Es hora de dormir,
de desvanecerse,
de domar los sueños,
de sentir los ruidos del olvido,
de beber el agua etérea,
de hacer las paces con la duda...
En medio del sueño una imagen se hace más clara:
Un cuenco viejo se hace presente,
está hecho de arcilla milenaria,
se llena de agua;
esa misma acción
nos daba paz,
nos daba voluntad,
nos tendía un puente
entre lo que es divino
y lo que es de alrededor;
el agua decantada nos propondría un acto nuevo...
uno sin palabras,
uno que es real...
Despertándose. Uno no quiere más que soñar:
La vida, ahora, no es más que una
escena de esquina sucia,
de calles casi olvidadas,
un río de saliva,
de fiebre añeja,
de risas,
de locura cansada,
de vibrantes recuerdos suicidas.
Es la vida en un rincón inmisericorde,
un pedazo de calle ordinaria,
un jirón infértil;
maldito...
Es la una de la tarde,
la vereda es dura como nunca,
la pista es muy negra,
el polvo: mal anfitrión;
los papeles bailando con el viento urbano,
el olor de la indiferencia,
la decadencia,
la ilusión...
Son las tres,
el hambre apremia;
pero el mérito para saciarla
no es más que un peso con el cual rogar,
uno más para esta conciencia
que despierta con cada mañana revejida,
que despierta dentro de un sueño muy viejo,
un sueño difuso.
una burla del recorrido estancado...
Es la noche,
una noche nueva,
pero tan vieja como una cueva,
como una caverna depositaria de imágenes,
de dudas, de rencores,
un hoyo sempiterno del cual solo sabemos los cielos...
Del cual solo sabemos todos los niños,
los hombres que se cansaron de ya reír...
¡Es hora de salir!
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