¡Y el sol lucia con su deslumbrante resplandor!
¡Y el sol lucía, con su deslumbrante
resplandor!
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Salí como de costumbre a pasear por el campo. Mientras paseaba y pensaba en mis cosas, miraba como las plantas florecían armoniosamente, llenando todo de aromas y colores renovados. Me sentía feliz y afortunado por recibir de la Naturaleza tan bellos y delicados presentes, que inundaban todos mis sentidos y acariciaban mi alma.
De pronto, oí un murmullo indefinido, unas voces muy lejanas. Intrigado, anduve sin parar hasta llegar al pie de una colina muy árida y seca, llena de esparto y de peñascos. Un quejido profundo y doloroso rompió el aire en mil pedazos. Miré hacia arriba y me quedé atónito: frio como las rocas que lo inundaban todo.
Tres personas agonizaban en la cima en tres cruces clavadas en el suelo.
Subí lentamente sin bajar la vista, mientras mi corazón latía aceleradamente. Un sudor frio cubría mi cuerpo e inundaba a raudales mi frente. Les miré un buen rato callado y quieto, sin comprender lo que estaba pasando.
Arriba del todo - en el mismo centro -, una cruz robusta y fuerte sostenía clavado en su madero el cuerpo de un hombre doblegado e inerte.
Su cuerpo, destrozado por los latigazos, era un fontanar de sangre, y sus manos -traspasadas por los clavos-, palmitos de carne y hueso retorcidos por el dolor insoportable. Su frente estaba coronada por una zarza llena de espinas puntiagudas. Sus ojos, turbios de dolor, miraban el suelo fijamente. Su pelo, empapado de sudor y sangre, se sostenía en el aire, como un puñal que le llegaba hasta su pecho. Estaba desnudo: tan solo un harapo cubría su sexo.
_ ¿Tú no me conoces…? ¿No sabes quién soy…? -me respondió mirándome a los ojos.
_ ¡No! - le contesté extrañado por su pregunta…
_Yo soy Jesús de Nazaret, el que murió en la Cruz para salvar a los hombres - ¿Te acuerdas ahora? - me preguntó de nuevo.
_ ¡Ah, sí, algo he oído por ahí!... ¿Tú no eres el que va colgado del pecho de algunos, y el que está pintado y esculpido en las iglesias…?
_ Bueno sí, es cierto. Algunos me llevan pintado en un retrato o esculpido en una imagen y otros siempre hablan de mí y de mi vida, pero muy pocos me conocen de verdad – me respondió.
Su cuerpo se retorcía por el dolor y su corazón latía aceleradamente. Su boca estaba seca. Miró el cielo, que empezaba a estar nublado y dijo unas palabras en un idioma antiguo y muy raro que no entendí. La angustia se apoderaba de Él y sus músculos temblaban sin parar.
_ ¡Por qué te hacen esto! A mí me pareces un hombre bueno… exclamé llorando.
Uno de los crucificados, que había a su lado, le increpó insultándole, el otro le defendió y le pidió su perdón y su consuelo: “¡Señor acuérdate de mí!” – le dijo, sin que yo comprendiese nada.
_ ¡De verdad te digo, que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso! – le contestó si poder hablar a penas, extenuado y casi muerto....
_ ¡Perdón…!, antes me habías dicho que moriste por salvarnos, entonces… ¿Por qué hoy también te están crucificando? ¿Cómo puede un hombre morir dos veces? – le pregunté muy intrigado.
_Para volver a salvarte a ti, y a otros que están perdidos y me necesitan. Cuando me conozcas de verdad entenderás muchas cosas que hoy no comprendes – me contestó mientras su respiración se aceleraba y su pecho se ensanchaba por el esfuerzo… Ahora ya me has visto, ya me conoces y sabes por qué y por quién estoy muriendo – añadió.
_ ¡Bueno, sé que te estás muriendo y me da mucha pena, pero realmente aún no sé quién eres del todo, dime, ¿cómo te podré conocer si nos dejas ahora…? ¿Cómo sé que no me mientes y que estás muriendo por mí? ¡Contéstame antes de que te vayas! – le supliqué.
_ ¿Acaso has visto el aire que respiras, o has tocado la luz que te ilumina?... ¿Te has preguntado por qué florece el campo en primavera y por qué las plantas siempre dan la misma flor…? Ama y encontrarás la respuesta en tu corazón. Si te amas y amas al prójimo, me conocerás, no lo dudes.
Sus palabras me hicieron meditar un rato y después le pregunté de nuevo: “¿Pero por qué estás entregando tu vida, dime…?”
_ ¿Tal vez tú no la darías por las personas que quieres? ¿No la darías por tus hijos o por tus padres…? Yo concedo la mía por amor-me contestó.
_ ¿Y dónde te encontraré si te mueres y me dejas?
_ ¡Búscame y me hallarás! ¡Me verás entre los pobres, me encontrarás en los hospitales, hablando con los presos, en el campo, en las minas, en el mar… donde haya desvalidos y necesitados… y contigo también estaré! – Me contestó con lágrimas en los ojos, sin poder hablar, y con la boca abierta y la mirada perdida en el infinito.
_Señor, ¿por qué no me hablaron antes de Ti los que llevan tu imagen colgada en el cuello…? ¿Por qué utilizaron palabras vacías y no me enseñaron con sus actos tu doctrina?... ¿Ellos también estarán contigo? – le Pregunté y no me contestó… (Tan sólo el silencio, roto por sus últimos estertores, me dio la respuesta)
Pasaron unos segundos interminables, infinitos. El sol se oscureció por completo. El aire se paró al contemplar el dolor de su rostro y la tristeza de su mirada perdida; miró al cielo fijamente y dijo: “Padre mío en tus manos encomiendo mi espíritu…! Y su cabeza golpeó su pecho y su corazón dejó de latir.
Pasé un buen rato agarrado al madero triste y sollozando… y después, me fui por donde vine, andando lentamente, mientras atrás se quedaba la colina y su cuerpo fallecido… y el perfume de las flores lo inundaba todo y mi pensamiento se elevaba buscando su mirada…
¡Y el sol lucía con su deslumbrante resplandor!
Autor: Francisco López Delgado.
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