Ventanitas Al Tiempo
Espero no abrumar, aunque lo haga,
con tanto diminutivo de infantilidad crónica
y retrospectiva, pero cuando mi corto tiempo
de existencia era premio de dulce de durazno
casero en pan fresquito, café con leche o tal vez
mate dulce y pastelitos con membrillo hechos
por las manos artesanas de mi madre, y existían:
aquella ventanita mirando la lluvia en la tarde
y aquella otra ventanita mirando la lluvia
de los sauces, yo me regocijaba de la vida.
E
de vecinos, encendidas como sementeras
de cientos de luciérnagas titilantes que
lentamente se iban diseminando por el campo.
Aquellas de encerrar en un frasquito para tener
linterna por un rato y luego liberarlas porque
“eran bichitos de dios, bichitos de luz”.
Tiempo de radios con música y fútbol y comedias,
cuyas escenas se ‘veían’ a pura imaginación,
y horóscopos e informativos supliendo efectivamente,
celulares, computadoras y televisores. Atardeceres
o noches de invierno con mesas de barajas honestas
o cartones de lotería con bolillas de madera y porotos.
Tertulias rurales de sana, campesina alegría
y experimentadas charlas sobre siembra, cosecha
o animales que algún visitante sostenía con mi padre.
En ese tiempo, digo, nunca imaginé que el destino
me arrancaría de cuajo de mi pago, de mi patria
y que mi casa se elevaría hasta un noveno piso
extranjero y las casas vecinas se multiplicarían
por miles y sus luciérnagas se volverían mecánicas
y frías. Tampoco que sus tardes carecerían de dulce
de durazno casero en pan fresquito, café con leche
o mate dulce y pastelitos con membrillo hechos
por las manos artesanas de mi madre.
Estimo este amplio ventanal ciudadano, pero,
¡cómo añoro aquella ventanita mirando la lluvia
en la tarde y aquella otra ventanita mirando
la lluvia de los sauces!
.
Conoce más del autor de "Ventanitas Al Tiempo"