Soy una muerta.

Diario pienso en mi muerte.
En la dicha de la no existencia.
En la satisfacción de la nada.
No presión. No preocupación. No pensamiento. No cordura. No forma correcta de hacer las cosas, de seguir un patrón. No expectativas. No desgracias. No decepciones. Solo aniquilación.
Flores de huesos de aguja.
Diario pienso en mi vida. Si la muerte es fría y sin respiro, ¿Entonces puedo vivir tan libremente como se me antoje? A veces. A veces anhelo. A veces, casi nunca. Casi nada.
Me duelen las encías,
Agujeros. Trampas. Se desbordan. Siempre escuecen. Nunca sanan.
Siempre se salan.
Sal negra, sal rosa. Negra sal, la rosa es sal y es prosa.
Filo y lágrima de niña pequeña, abandonada, juzgada, presionada. Orillada al abismo de la supuesta perfección, que nunca cuajó. Sangrada. Alcoholizada . Inoperante. Cocainómana. Postrada.
No alcanza a ser coágulo,
apenas regadera de sangre. De órganos. Oh, los blandos órganos. Y los tejidos raspados. Destripados. Inmaculados. Prostituidos. Inertes. Sin tallo, sin hojas, sin carne. Muertos, ¡Muertos!, ¡Muertos!
Soy una muerta que hace ejercicios de respiración. Con pulso. Sin centro. Sin pestañas. Apenas dos ojos y la tercera parte de un corazón, que pesa y una mente que taladra. Oh, cómo pesa. Oh, cómo ladra, ¡Cómo paraliza!
Alumbra, alúmbrame, mi pedazito de pseudo vida, mi llanto, mi muerte, mi estéril pellejo. Calcinado el todo. Abrazo un hoyo negro.

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