¡Oh, qué pena sentirse así!

¡Oh, qué pena sentirse así!

Nadie, ni siquiera tú -que te ofreces
como un abrazo de luz, como un oasis
de paz y esperanza en el horizonte
de tus cielos con mis mares-, conoce
el ritmo de mi pulso -la espesura
de mi sangre-, la lluvia de tristezas
y nostalgias que anegaban el iris de
mis ojos, cuando el refugio del

silencio era un jirel que cubría los
espacios de mi alma en las horas
absolutas de la tarde.

Nadie sabe, -¡nadie supo!- qué yacía
bajo el laude de mi frente, bajo el
ara de mi pecho… nadie me dijo
donde estaba el pozo de Jacob,
el camino de Cafarnaúm, el monte
de Getsemaní, las dunas del desierto…
Nadie se acercó para decirme
dónde ardía la alborada, la estrella
de mi norte, el camino de mi luz…
en qué lugar se forjaban los deseos,
se quitaban la espinas, brotaba el
agua cristalina de la fuente…

¡Nadie, absolutamente nadie…!

Ni siquiera las ramas del laurel,
ni el tronco de la encina y del olivo,
ni las glicinas amarillas, ni las
rojas amapolas, ni la sombra de
la acacia, ni las flores del granado
-que tantas veces me vieron soñar
frente al ocaso- supieron qué arcoíris
de esperanzas, qué arpegios de guitarra,
que inquietudes y llamas crepitaban
en mi alma… qué auras soplaban sobre la
proa y las velas de mi barca.

¡Nadie supo cómo eran mis anhelos…,
con qué pincel pintaba mis ensueños…
con qué telar tejía mis temores…,
en qué almohada sudaba mis desvelos…!
¡Nadie se paró a preguntarme, a
hacerme compañía, a sembrar rosas
en mis tiestos, a regar los surcos de
mis campos, las espigas de mi huerto!

¡Nadie absolutamente nadie…!

Y ahora, cuando revivo las horas
de aquel tiempo, la saudade de mi alma,
los deseos que murieron, me pregunto
en donde anidarán mi cuitas, por
donde volarán mis sueños…

¡Oh, qué pena sentirse así, huérfano de
caricias…, un suspiro sin aliento,
una aurora sin mañana, un río sin
rivera…, una montaña sin cumbre,
un abedul sin ramas y sin hojas,
un mástil sin bandera…

Un día sin luz ni esperanza, ni
vuelos de golondrinas, ni cantos
de canarios y jilgueros!

Autor: Francisco López Delgado.
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