Monólogo entre piedras.
Nunca he tenido un hogar.
Cuando era niño siempre sentí que era una sombra,
no encajaba con la familia de mi madre, era el único varón,
y con la de mi padre
era lo suficientemente afeminado para darles asco.
Luego crecí y tuve una novia,
nos escapamos de nuestras densas vidas,
y después nos encontraron, me aventaron a un alambrado de púas
y ya nunca la volví a ver,
Después tuve un sueño y quise ser artista,
nunca fui hábil
y el tiempo me escupió en la cara mi inexistente talento, mi inexistente perseverancia y desistí,
no he vuelto a tocar una guitarra.
Fui durmiendo en sofás, me corrieron de lugares que dijeron que podrían ser mi casa,
y al final la mentira surgió,
fui despedido
de todo lo que pensé que era mi mundo
y cuando quise irme, me detuvieron,
me quitaron la soga del cuello
y luego a la calle porque nunca has sido de este lado,
nunca nada ha tenido una pizca tuya, estás muerto para mí.
Ya ni puedo pensar en rendirme
porque a nadie le importa.
Deambulo de casa en casa, le pido alguna limosna de cariño a la chica del bar,
bajo aplicaciones que me puedan conectar a alguna superficie que no mueva,
que no salpique manchas de amargura,
solo el vacío.
Solo mis pies huérfanos de casa, de algo de estructura que mantenga a mis nervios que están flojos,
laxos,
quemados,
ardiendo en lejanías,
en una ausencia circular.
Prolongo mi existencia y me siento, esperando, espero...
a ver cuándo un tren pasa sobre mí.
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