MIENTRAS ESCRIBES.

MIENTRAS ESCRIBES.
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Después de un día extenso,
tedioso y lleno de absorta mezquindad,
regreso al umbral de mis emociones
encallando en el puerto seguro de mi hogar.

Ahí estás.
Sumida en ese silencio conocido que huele a soberbia, componiendo sinfonías de letras en el papel.

Te miro, absorta en un mundo silente que solo yo comprendo y se resbala la arena de entre mis dedos mientras el reloj no para su incesante caminar.

Desnuda de todo candor, te perfilas a ese abismo ciego de espejos rotos fingiendo solo una lívida sonrisa. Esa que recoge el impúdico brillo tan propio de tus ojos, que permanecen guarnecidos de un caos en sumisión.

¿Qué indulgencia podría ofrecerte una manzana ya podrida?
¿Cuánta sabiduría adquirida sin proferir palabra, en el sepulcro de tus silencios sufragados en muecas incoherentes?

No habrá más dolor que el resentido entre la inocencia y la ignorancia.
Entonces, mientras escribes,
¡Libérate ágilmente del ego arraigado en los poros de tu piel!
Ese que le hace remolinos a tu sien, creando un misterio insondable de improperios callados.

¡Sonríeme! —Aunque sea una vez—.
Hazme creer que la luz aún brillante de tus ojos, no es solo el reflejo de un sol embravecido; que la silueta arrastrada tras de ti, no jala de tu falda exigiendo su remoción
y que el impúdico llanto de tu cielo, no trae en sus tormentas las intenciones de lavar pisadas errantes sucumbidas en un alma en pena.

¡Suéltate el cabello!
Dale rienda suelta a la pureza de tus versos colgados en epitafios.
Detente un momento, que cargar tus huesos al compás del cansancio, sugiere que solo te sostienes en un abrazo vacío.

¿Seguirá la calamidad atacando mi jardín?
Ya la única flor sobreviviente, se me marchita
por falta de sol en las alas y tierra en sus raíces.
De pie y frente a un rosal languidecido, descubro que el extraviado en el suplicio es el poeta, quien en gritos se pierde exigiendo justicia al clavel, siendo única culpable la margarita.

Para desaparecer el rubor de este enigma, abrí finalmente los ojos en la última página de un libro de catarsis y malos sueños.

—Libro solo roído de pesares vacíos, alimentados por una pesadilla—

Mírame, sonríe y escribe una nueva historia en los pliegues de nuestro destino, ese en el que aún tus besos me saben a miel en su panal, empalagando mi alma con la beatitud de tu amor.

Raymond Sánchez.