METRO (parte 1)

Cruzando Santiago por la línea 1, cuento más de una docena de mujeres que bajan y suben a mi vagón.
Me detengo en dos mujeres. Las dos van de pie
Una lee un libro grueso, la otra masca chicle con la boca abierta, facciones hermosas y cuerpo tatuado.
No sé a cual mirar con detención e imaginar cómo ama.
Las observo a las dos.
La del libro lleva falda ajustada hacia la rodilla y suelta hasta el tobillo, blusa de hilo blanco y cartera negra, chaqueta gris, zapatos con taco, anillo de colores en el dedo del medio, es delgada y se nota un cuerpo firme bajo esas ropas, piel blanca, pelo liso, labios rojos, maquillaje tenue, libro de Isabel Allende en sus manos, sus manos con uñas mal pintadas y la partidura de su pelo no es perfecta. Solo la observo y no se me viene nada a la mente.
La mujer tatuada no para de mascar chicle y la miro y pienso “si cabe lo mete, si cabe se mete” ¿pero porque pienso eso?
La mujer del libro lee, y casi puedo ver un mundo imaginario en su cabeza, el libro la atrapa y la convierte en un ser interesante para mi, y la mujer tatuada con su chicle como mascando un glande, se saborea los labios y ya se dio cuenta que la miro, es alta de 1.7 metros aproximadamente, va de pie y se apoya en una pierna, la pierna en descanso deja ver un trutro suculento con la cara de alguien tatuada en la entrepierna, un trio de estrellas bajan por sus gemelos, short de jeans ajustados, caderas barrocas, bototos negros, algo escucha con sus audífonos rojos, en su brazo derecho del hombro al codo luce un tatoo de una gata con cuerpo de mujer en ropa interior. En su brazo izquierdo un corazón con alas que aun no pinta. Labios fucsia y cara maquillada blanca o muy palida, pelo negro muy liso, extremadamente y sospechosamente liso, rostro inquieto, es una asesina o eso parece, sabe que la observo.