Las ánforas muertas de mi soledad

Sobre el viento se marchan la luz de tus ojos
y la última frase que nació de tus labios;
mis pupilas se convirtieron en una extensión
del Nilo cuando te vi partir lejos de mi amor sacro.
No encontré vocal ni consonante que expresar
cuando tu esencia dejó su estela en mi senda silente
y el Omnipotente abrió su vientre para cubrirme de piedad.
Frente a una luna huérfana de destellos, esculpo
tu pletórica sonrisa que quedó grabada
en lo más hondo de mi alma, como una cabalística frase.

Y el candor de tu nombre flamea entre los pliegues
de mis sentidos y mis manos se arrugan
con el éter dorado de tu piel de ángel;
entonces seré vigilia hasta retornar tus alas.
Vago en la tétrica noche, con el lamento que nace de mi costillar,
por la ausencia de tu silueta en las ánforas muertas de mi soledad.
Y quisiera ser aire para viajar hasta tu portal, remolinarme
en tus cabellos y volver a sentir tu paz.
Sediento por tus besos ando, con mis venas quebradas
y una angustia por tenerte, que lacera las rosas yacentes
en los templos tibetanos.
Olvidaré el amanecer mientras tus aguas me dejen en sequía.

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