La Travesía De Un Sueño.

Llegan desde tierras lejanas,
cargando niños en los brazos
y sueños rotos en el alma.

Vienen buscando un país
que les dé las oportunidades
que el suyo les negó,
ese país que eligieron con esperanza
y que luego los traicionó,
olvidando las promesas

y robándoles el anhelo,
la igualdad,
la seguridad,
la dignidad.

Vienen embarazadas, descalzos,
con el miedo como único aliado,
y una fe tambaleante
que aún insiste en no morir.

Caminan kilómetros
como si fueran enemigos del Estado,
como si haber nacido donde nacieron
fuese una condena impuesta sin juicio.

Las fronteras —testigos mudos—
han escuchado más historias
que muchas librerías enteras.

Historias de niños solos,
con hambre, sed y desamparo,
que cruzan el desierto
vestidos solo con lo que traen puesto,
llevando la inocencia
en manos ajenas.

Porque hay padres
que, en su desesperación,
prefieren enviarlos lejos,
antes que dejarlos crecer
entre pandillas,
violencia,
abandono
y miedo.

El Río Grande,
con su corriente de dolor,
ha apagado miles de sueños,
de voces,
de vidas.

Cada gota lleva un nombre,
una historia que jamás se contará.

Ellos cargan en la espalda
el desamparo que otros eligieron por ellos.

Caminaron sin zapatos,
con la esperanza desgastada,
y el alma rota,
pero aún con una llama encendida:
el deseo de ser vistos,
de tener derecho a una vida digna,
de pertenecer a un país
que no les cierre las puertas,
sino que les devuelva la libertad.

Porque emigrar no fue una elección,
fue una necesidad.

Porque todos merecen una patria
que abrace,
que construya,
que escuche,
y que nunca olvide
que detrás de cada paso
hay una historia de lucha
y un sueño que aún quiere vivir.