La desconocida

Tenía la mirada expectante de una gata cuando la conocí.
Era de sonrisa silenciosa
de esas que huyen para hacerse desear.
Se movía el bote al ritmo de su cuerpo
y por eso encadenaba a los transeúntes
en largas filas tras el bramor de su cintura.
Se apagó el misterio cuando la conocí bien.
Pasó a ser una más, pero que fulgurecía.
Lo que intrigaba era, más que ella, ese fulgor
cuando la sujetaba con la mía.
Más o menos, luego de examinarla
sufrieron mis sentidos un colapso social.
Todo era un galimatías, puesto que su valor
iba más allá del entendimiento viril.
Me supo a sosiego
cuando mis artimañas alcanzaron su holocausto.
Entonces ella era otra
porque ya su boca no se escudaba tras el frío.
Así me pude tomar el lujo de fundirla
de manera que me fuese cercana
porque por fin la conocía.

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