La blancura del amanecer

Cuando la tarde teje el estío
entre las alas de las mariposas,
tu perfil se ensambla en el vuelo
de una alondra que exhala libertad.
Pareces emerger de un vitral bizantino,
de una jofaina oriental,
de las rosas que reposan en los templos
y de cada hilo de luz que bautiza
la tierra en su cándida matriz.
Miro tus manos deslizarse por el tul

del viento, arremolinarse en tus dedos
para santificar su perpetuo andar
y cuando tus ojos en un arpegio
de expresión virginal abre las puertas
de la noche yo vago en su fauces.
Los sonidos abruptos de tu sonrisa
son una pujante cascada de melodías
que hace balancear las estrellas
como notas de Brahms
y el silencio profundo que borda
la oscuridad se transmuta
en un coro de pentagramas siderales.
Me entrego a la parsimonia
del vinaya que nace en el sánscrito
de tu bandullo aflorando las esferas
de mis pechos en un estallido
tántrico de carne y lujuria.
Ahora las pieles vibran en las cuerdas
de los alientos, de lo intimo
que desabrocha una caricia.
Te siento erguido como un asta sobre la cima,
ondea tu torso dorado por la sepia
de la luna que risueña toca el laúd
con las jarcias infinitas que la envuelven.
Beso la luminiscencia de tus labios,
el orgasmo de tu lengua,
las señales de tu fuente
y el adentro que irradian tus ojos
vestidos de gloria.
De mi cintura se abaten el atalaya
de los ángeles y mil tambores
zumban en mis pechos, se yerguen
en una majestuosa danza de cerezos
y licor que embriaga tu desnudez.
Se inicia la blancura del amanecer,
descansas a mi diestra con el mundo
edificado en tus ojos,
ahora sabes cuánto te amo.