II
Es el silencio quien ruega piedad
ante los gritos que pisan la calma.
Un viento ebrio de cruel realidad
que trae suspiros que arañan el alma.
Ahora brilla el loco en su soledad,
siguiendo líneas que observa en su palma.
Atrapado en el ovillo de la gran ciudad,
teje una red con los hilos que empalma.
C
y llora, cansado, ante el amor de su vida.
Asiste al dolor que causó el temblor
dejando triste a la flor malherida.
Mira con estupor a la bella dormida,
siente el calor que produce su ardor,
siente el vapor de tan cálida huida,
siente que su ida pesa más que su valor.
Portadora de la belleza escondida
que va perdiendo su color,
rosa que luce una luz abatida
y clava espinas con su resplandor.
El necio, ahora preso de su horror,
estancado en una ilusión fallida,
sometido a la voz de su interior,
prepara su triste caída.
La doncella contempla su error:
Destruir a un loco suicida.
Ahora, su propia marcha le causa terror:
Un cuerpo sin vida en cada despedida.
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