Hablar sin hablar
Venía yo del mercado, compras en mano, apresurada, cuando un pequeño maullido llegó hasta mí nítidamente...Un pequeño y espumoso cuerpecito atigrado, insistía en seguir tras mis pasos.
Terco, terco...se opuso a mi fingida indiferencia (ya que me había propuesto no tener más mascotas después de la muerte de mi pastor alemán), y tuve que prestarle la atención reclamada.
Lo izé y pude ver sus enormes ojos implorando protección. Quién puede resistirse a eso?
Lo llevé a casa, y desde ese día "Napoleón" fue uno más de nosotros.
Creció hermoso y mimado. Su pelaje rayado en blanco y ámbar oscuro lo convirtieron en toda una belleza felina. Inteligente como pocos. Enamorado como muchos...
Una tarde apareció en la puerta con una de sus hijas en la boca y otro, su clon, siguiéndolos a juntillas. Alguien alguna vez vió algo así? Yo no!!
Me dejó a sus dos críos a cargo y desde ese día jamás lo volvimos a ver.
Lo busqué mucho tiempo. Comentaban en el barrio que vivía en otra casa.
Una noche me pareció verlo escondido en las sombras que proyectaba el sauce en la vereda, pero no puedo estar segura de que fuera él.
Napoleón llegó a mí cuando apenas tendría un mes de vida, y abandonó sus mimos y cuidados diarios para dejárselos a sus hijos.
Ya hace unos tres años de su huída. Luna, la gatita que me trajo en la boca, vive aún conmigo. Charlie, su hermano, el que siguió sus pasos hasta una nueva vida, también desapareció. Nunca he entendido porqué renunciaron a una vida cómoda y sin que les faltase nada. Pero son espíritus libres y como tales vagan por la tierra.
Cada vez que un gato maúlla allá afuera, mi corazón espera ansioso a que ellos vuelvan.
He leído por ahí, que los gatos aparecen en el exacto momento en que, por alguna razón, los necesitas y que así como vienen se van, cuando su misión ya está cumplida.
13/10/2016
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