EL POEMA ENTRE LAS PIEDRAS

EL POEMA ENTRE LAS PIEDRAS (CONTINUACIÓN)
Los hombres han terminado su desayuno y caminan hacia el interior de la casa; el más joven mira hacia la ventana y saluda alzando suavemente su brazo y sonriéndole a la mujer que los observa, es Fernando Araoz hijo de la criada, ha vivido en la casa bajo el cuidado de su madre y de su mentor y benefactor Michelle Reseliau el otro hombre, quien también ve a la criada en la ventana y hace un gesto con su cabeza saludándola.
Mucho se habló entre la servidumbre de la casona cuando el patrón cobijó bajo su ala al pequeño Fernandito hijo de una de las criadas y de padre desconocido, cuchicheos, risitas entre dientes y hasta algún sarcasmo acompañado de una sonrisa socarrona, que en algún momento terminaron en pequeñas peleas y algún que otro utensilio de cocina volando por el aire.
El niño jugaba en los jardines, correteaba por las galerías, pero sobre todo le gustaba internarse en la gran biblioteca; que el viejo maestro Rechelieu; atesoraba en uno de los grandes salones de la casa. El olor al cuero de los sillones y de las cubiertas de la gran cantidad de volúmenes que allí se encontraban, el perfume y el brillo de las maderas de los escritorios y muebles antiguos que completaban el mobiliario de aquel lugar; que por cierto era el más alejado del movimiento cotidiano de la vivienda; hasta los gatos preferían venir a dormir sus largas siestas durante el día tirados cual emperadores romanos en sus triclinios o alguno de los Luises en sus cómodos y adornados divanes.
El silencio, la suave penumbra que solo era rota por la tenue luz del día que se colaba por entre las gruesas cortinas de un terciopelo rojo, el leve crujido de las maderas del entablonado piso que siempre lucía lustrado y que tenía unas vetas que al joven Fernando siempre le habían gustado, porque entre sus lecturas se acomodaba y mientas acariciaba los gatos, adivinaba formas e imaginaba historias detrás de aquellos dibujos naturales.
Todo en aquel lugar tenía algo mágico, algo atrapante. Un alejado lugar donde el silencio y la penumbra parecen acariciarlo todo, un lugar lleno de páginas oscuras, ocultas bajo perfumadas cubiertas labradas con letras doradas en el cuero.
Un niño pasa distraídamente su mano por el lomo de un gato con la vista perdida en las formas que lo rodean.
Sí, todo en aquel lugar tenía algo ciertamente inquietante, tal vez, porque no "siniestro".
(CONTINUARÁ)

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