EL POEMA

Tras ser iluminada la mente por las musas,
escribir un poema se reduce a:
madurarlo, dejarlo reposar, que no olvidado;
como amor que necesitara: reflexión y cuidado.

Volver a él, leerlo, releerlo en silencio
una y otra vez con suma y discreta atención.

Devolverlo, contento y feliz
al lugar de las caricias, de los encuentros...

A

llí, pulido, volverlo a acariciar,
para dejarlo descansar dormido,
en el barril de las ideas
que le dé, de la palabra,
la más selecta solera.

Regresar a él, dotado de copa y venencia,
venenciarlo con cuidado, arte y tino;
contemplarlo, airearlo y olerlo,
como se hace con el buen vino.

Sí ha madurado y envejecido lo suficiente,
sí ha alcanzado el buqué y sabor apetecido;
tras ser tratado, mejorado y pulido,
sin duda alguna, paladearlo.
Y si bien es aceptado, publicarlo.