El daño
Una vez mi psicóloga me preguntó si acaso había pensado en hacerme daño.
Respondí que no, hace ya muchos años.
Pero la respuesta era más bien un “quizás”.
A la espalda de todos, ocultando hasta de mi misma la verdad.
Porque yo me dañaba de forma silenciosa. Tan bajito que ni yo misma me escuchaba.
Ahí, de la mano de un escalador con aire de abusador. Corriendo por calles a oscuras en plena madrugada. Rezando de alegría al llegar a salvo a casa.
Pero luego volvía a lo mismo. A golpear la puerta de algún chico vacío, que con un poco de calor, me hacía sentir menos miserable.
Escapándome a hurtadillas con planes falsos para llenar mis ausencias.
Y ahora no puedo, no puedo tomar la salida fácil.
Sin embargo, tomo esa arma con decisión. La observo con detención y me gusta saber que tengo a la mano una salida al dolor.
Me subo al auto de un desconocido sin aceptar su beso, pero me gusta saber que está ahí. Al alcance de mi mano.
Aquella arma fácil de usar, pero que me niego a tomar.
Ya no hacemos esas cosas, ahora prefiero la salida larga y difícil.
Pero hay días en que me gusta apreciar lo fácil que era y lo fácil que podría ser, dañarme.
Solo un poco, solo una vez.
Conoce más del autor de "El daño"